IR DE COMPRAS
Vivir para comprar en lugar de comprar para vivir
Leonardo Miño Garcés
Desde hace
bastantes años –realmente desde la Revolución Industrial de mediados del siglo
XIX, pero con más intensidad desde la mal llamada “globalización”- se ha
desatado en el mundo una costumbre, hábito o actividad mal entendida como “recreativa”,
especialmente entre las clases altas y medias, pero del que las clases
desposeídas no han podido escapar, es el “ir de compras”.
Anteriormente
el aparato artesanal y luego el industrial producían bienes de consumo, es
decir objetos que había necesidad de fabricar porque estaban destinados a
satisfacer necesidades objetivas de la población. En esa época la gente salía a
comprar única y exclusivamente lo que realmente necesitaba. Ahora, en cambio,
el aparato industrial no produce bienes de consumo, sino mercancías, es decir
objetos destinados, no a satisfacer ninguna necesidad objetiva, sino creada por
la publicidad, la moda o el arribismo social. A partir de entonces ha sido
necesario identificar y clasificar las necesidades en tipos, y se ha propuesto
la siguiente clasificación: necesidades objetivas, subjetivas y creadas.
Esa
situación, a todas luces irracional, no es banal, sino que ha conducido ni más
ni menos que al peligro de desaparición de las condiciones de vida en el
Planeta. Claro, como somos más de siete billones de habitantes, para los
productores y comerciantes ese número significa alrededor de cinco billones de
compradores, o sea de clientes potenciales. Y, para convertirles de clientes
potenciales en demandantes reales, se ha desplegado una industria
multimillonaria de engatusamiento, con el objetivo de transformar a esos
billones de incautos en compradores o, lo que es más irracional, si cabe, en demandantes.
Y,
para satisfacer esa demanda billonaria, los empresarios no han tenido el menor
decoro, vergüenza ni decencia, y se han lanzado a obtener a cualquier precio
las materias primas e intermedias necesarias para producir todas esas
mercancías. Esto incluye la gran minería depredadora de las condiciones
naturales y para la cual no se duda en expulsar a comunidades enteras de
pobladores para arrebatarles sus tierras, como se hizo con los Shuaras en el
Oriente ecuatoriano (y a los que protestan, pues se los mata). Uno de los
múltiples ejemplos de esta situación es la esclavitud de niños para producir
los minerales, el coltán y el cobalto, por ejemplo, que se emplea en los
teléfonos celulares:
“La voracidad
de las multinacionales por acceder al coltán[1],
imprescindible para las nuevas tecnologías, se encuentra tras la última
guerra del Congo, país que posee el 80% de las reservas mundiales de este
mineral... La utilización de niños soldados ha sido generalizada en la
guerra del Congo, motivada por el control de los recursos naturales del
país... La escalada de precios del coltán comenzó hace
relativamente poco tiempo y tuvo que ver con el uso de tantalio
para la fabricación de microchips de nueva generación que
permitían baterías de larga duración en teléfonos móviles, videojuegos y
portátiles... Para los más de 20 millones de personas que viven
en las cinco provincias de la región oriental de la República
Democrática del Congo, el número de defunciones directamente
atribuibles a la ocupación de Ruanda y Uganda puede estimarse entre 3
y 3,5 millones de personas. Más recientemente, en julio de 2004, el
Internacional Rescue Committee estimaría en 3,8 millones el número de
muertes atribuibles directa o indirectamente a la guerra desde el año
1998... En realidad el mayor beneficiario del coltán congoleño durante
la guerra fue Ruanda. Según informes de Human Right Watch,
el Ejército regular, o bien alguna de las guerrillas que financiaba,
empleaba prisioneros hutus, así como a población local, incluidos
niños para la extracción del mineral en los yacimientos de
aluvión que salpicaban el área bajo su control... Los
innumerables informes de diversas ONG o de la propia ONU que iban
saliendo a la luz, y que acusaban a Ruanda y Uganda del expolio de
las riquezas minerales del Congo, permitieron una cierta presión
internacional y el establecimiento de listas negras de empresas que
operaban en la zona. Así 34 empresas (27 occidentales) fueron acusadas de
importar coltán... “ (Subrayados míos)
“Una
investigación de CNN ha descubierto que los niños están trabajando en minas
de cobalto en la República Democrática del Congo (RDC). Trabajan en el
fondo de la cadena de suministro mundial de cobalto, mientras los fabricantes
de automóviles eléctricos y las grandes compañías tecnológicas compiten para
obtener más y más del mineral precioso.
¿Por qué?
Porque el cobalto es un componente clave en las baterías de iones de litio.
La República
Democrática del Congo produce alrededor de dos tercios del cobalto mundial y se
estima que posee la mitad de las reservas mundiales. En los últimos dos años,
la creciente demanda ha visto el precio del cobalto cuadruplicado, y la
producción en las minas artesanales, que durante mucho tiempo se sabe que
tienen niños trabajadores, se disparó en un 18%”. (Subrayados míos)
Para leer el
artículo completo hacer clic aquí:
En
el mismo objetivo indicado: satisfacer aquella demanda y obtener obscenas
fortunas, los empresarios no tienen reparos ni escrúpulos en emprender
múltiples acciones, entre ellas la perforación tradicional del suelo, o el
“fracking”[2]
(que, además, deja envenenado el suelo y las aguas subterráneas) para la
obtención de petróleo, carbón y gas natural en tierra, mar y, en el colmo de la
imbecilidad y el asesinato de toda especie viva, en el Ártico. El mismo
objetivo se consigue mediante la esclavitud de los trabajadores en las fábricas
con salarios –en el mejor de los casos- de supervivencia, o sea que les sea
suficiente para regresar a trabajar al siguiente día; la fabricación de
productos con su obsolescencia programada, es decir que deberán dejar de
funcionar al cabo de unos pocos años a pesar de estar en perfectas condiciones,
lo que implica una irracional y criminal ineficiencia en el uso de los recursos
naturales, humanos y financieros utilizados en su fabricación, lo que provoca
la mayor depredación de la biodiversidad del Planeta. Y, al final de todo este
proceso, está la disposición criminal de los residuos de todo el proceso
industrial y de los aparatos “obsoletos” de manera que provocan la destrucción
de la salud de la población receptora de esos residuos, además de la contaminación
de los arroyos y ríos, las aguas superficiales y subterráneas, el suelo, el
mar, la atmósfera e inclusive, el espacio exterior.
“GHANA, EL VERTEDERO ELECTRÓNICO DEL PRIMER MUNDO
Plomo, cadmio y bromo son los ingredientes que cubren
las tierras de Agbogbloshie, uno de los barrios de Accra donde no paran
de llegar contenedores con chatarra europea... Agbogbloshie es el nombre
del mayor mercado mundial de electrónica, aunque quizá habría que
especificar más: chatarra electrónica. Este barrio, de nombre casi
impronunciable para un hispanohablante, pertenece a la ciudad de Accra, capital
de Ghana (África), y es el principal vertedero de desechos tecnológicos del
mundo. Al oeste de la ciudad y situado en pleno golfo de Guinea, está el
puerto de Tema, que recibe más de 600 contenedores al mes repletos de
equipos electrónicos obsoletos. La mayoría de envíos tiene la misma procedencia:
Europa... La ONU va más allá y cuantifica el total mundial de
basura electrónica en 50 millones de toneladas... Y todas con un destino:
Agbogbloshie, en Ghana... Según el estudio de Oteng-Ababio, en Ghana la
recuperación de metales valiosos genera a los trabajadores ingresos de unos 3,5
dólares diarios, casi dos veces y medio el sueldo diario de un trabajador medio
en Ghana. Este es el motivo por el que miles de personas se han visto atraídas
por el negocio de la basura electrónica. Un ejemplo. Se calcula
que 100.000 teléfonos móviles pueden contener unos 2,4 kilos de oro,
equivalentes a 122.000 euros; más de 900 kilos de cobre, valorados en 93.800
dólares; y 25 kilos de plata, igual a 26.000 euros... Tierras contaminadas: Plomo,
cadmio, bromo, dioxinas cloradas y un largo etcétera son los componentes que
copan las miles de hectáreas del vertedero. Según cálculos de varias ONG, la
dimensión de Agbogbloshie equivale a once campos de fútbol. Los materiales
se tratan en fogatas al aire libre, liberando polvo y humos contaminantes
derivados de la quema, sobre todo de la combustión de PVC. Debido a la nula
experiencia en el tratamiento y reciclaje de estos desechos, muchos
trabajadores, niños incluidos, terminan cayendo enfermos... Un estudio de
la ONU certificó en 2014 que en Agbogbloshie la concentración de plomo
en el suelo llega a superar mil veces el nivel máximo de tolerancia, y la
contaminación del agua y la tierra exterminó en menos de una década toda la
biodiversidad de la zona. Otro informe de Naciones Unidas reveló que las
pruebas realizadas en una escuela cercana a un depósito de residuos
electrónicos destapó una contaminación por plomo, cadmio y otros
contaminantes perjudiciales para la salud de más de 50 veces por encima de los
niveles libres de riesgo.” (Subrayados míos)
Para
terminar de cerrar el círculo de la ignominia, como se dijo antes, se creó un
aparato multimillonario de publicidad a través de prensa, radio, televisión,
correos electrónicos no deseados que se introducen abusivamente en tu
privacidad, llamadas telefónicas al móvil -menos deseadas aún- en las que las
distintas empresas emplean una práctica pirata de arrebatarse clientes
impúdicamente, volantes, vallas publicitarias gigantes físicas o electrónicas,
etc., diseñadas para bombardear a los potenciales compradores en el objetivo de
convencerles de que son unos auténticos imbéciles si no tienen ya el último
modelo de alguna de las basuras que venden. Y, claro, no faltan las personas
que sí lo son y adoptan la “obsolescencia asumida”, que significa que el aparato
que compró hace poco tiempo “ya no vale”, simplemente porque su compañerito de
escuela, colegio, universidad o empleo ya tiene el último modelo y ellos no
pueden pasar por idiotas con el modelo anterior.
La desesperación por vender mercancías basura lleva a los
fabricantes y comerciantes al extremo de pensar que “como los ciudadanos son
tan idiotas que no vienen a comprar, vamos a introducirnos alevosamente en sus
vidas privadas para obligarles a hacerlo”. Esta es la finalidad de los “centros
de llamada” o “call centers”. En estos
se paga a los trabajadores en función de su capacidad de engaño a los
receptores de las llamadas. El empleado más mentiroso y embaucador es el que
obtiene el mejor salario, no importa que estafe a un anciano jubilado y
enfermo. Ver al respecto el capítulo LLAMAR Y TIMAR, TODO ES EMPEZAR, del libro
CON LOS PERDEDORES DEL MEJOR DE LOS MUNDOS, del escritor alemán Günter Wallraff,
páginas 103-167. El autor pone que “La ley dice claramente que, sin un
consentimiento expreso y concreto, el call
center no puede marcar el número de un potencial nuevo cliente. Todo lo
demás es una infracción de la ley que prohíbe la competencia desleal”. Pues en
el Ecuador, concretamente la empresa CLARO, ya me ha llamado como quinientas
veces para decirme que conocen que soy cliente de la empresa competidora
MOVISTAR, y que quieren ofrecerme ventajas extraordinarias. Por supuesto que les
he interrumpido de inmediato y les he dicho que son unos vulgares piratas, que
sólo por esa razón no quiero ni saber de su empresa, que no vuelvan a llamarme,
y les corto la comunicación como tirándoles la puerta en las narices. Pero en
una demostración de estupidez crónica insisten en llamarme. Cuando puse esta
denuncia en Facebook varios amigos me respondieron que igual procede MOVISTAR.
¿Ven ustedes cómo los empresarios no pasan de ser unos vulgares sinvergüenzas?
Wallraff pone que a los futuros empleados se les adoctrina en el engaño, a tal
punto que cuando uno de ellos responde a un receptor de llamada, por ejemplo:
“Entonces le ruego que disculpe la molestia, lo lamento en serio”; el
entrenador reacciona indignado: “¡Menudo sentimental eres!”... “Aquí no es
vuestra obligación tener remordimientos de conciencia. ¡La conciencia podéis
dejarla en casa” (Página 115). Es lo que se llama “terrorismo telefónico... en
un call center no se pueden tener
escrúpulos... La soledad es una enfermedad de nuestra sociedad: las personas socialmente
aisladas acogen a los tele-operadores como si fueran asistentes sociales y lo
pagan caro comprando toda la basura imaginable”(Pág. 141). Les invito a leer
esta barbaridad repugnante:
“Me
acuerdo de una señora de casi noventa años que pagaba veinte euros de
teléfono al mes. Le ofrecí la conexión complementaria, 'nuestro paquete de 29,95 euros
todo incluido, no podrá encontrar un precio mejor'. Con tarifa plana. No dije nada
de la conexión a Internet; si lo hubiera dicho la habría confundido totalmente.
Me respondió que todos sus amigos ya habían muerto y que tampoco le quedaban
parientes. Que sólo necesitaba el teléfono para llamar al médico. Yo
tenía que mantenerme firme, tenía al entrenador al lado, escuchando la
conversación... En una situación así, tienes que conseguir la venta; si no lo
haces, después viene el rapapolvo. Así que amenacé a la anciana diciéndole
que dentro de unos días ese teléfono iba a dejar de sonar si no cambiaba de
compañía ya mismo. Y la mujer se desesperó. Soltó un hondo suspiro y
aceptó; no podía vivir sin teléfono. Mi entrenador me miró radiante y se
dio por satisfecho con mis argumentos. Yo preparé los documentos pero luego los
tiré a la basura... Así le ahorré muchas molestias a esa mujer”(Págs. 150-151,
subrayados míos).
Debo aclarar que el autor del libro, Günter Wallraff, es
un periodista que ha logrado varios de este tipo de reportajes haciéndose pasar
por otra persona, entre ellas, negro, mendigo deambulando y durmiendo en las
calles, trabajador de una panadería, tele-operador, dependiente de Starbucks,
empleado del ferrocarril, etc., para sentir en carne propia los infortunios de
los “perdedores del mejor de los mundos” y poder denunciar con conocimiento
directo de causa esas desgracias y penurias inconcebibles.
Y
la masa de consumidores inconscientes ni siquiera demanda calidad en las
mercancías que adquiere desenfrenadamente, es así que especialmente los
artículos de procedencia china son vergonzosamente malos, pero igual los
coreanos, indios, etc. No tienen ninguna relación con aquellos juguetes que
teníamos de niños, en los cuales empezamos a balbucear el idioma inglés: “made
in Germany”, “made in U.S.A.”, “made in Japan” que duran y siguen funcionando
hasta ahora. Pero, sin embargo, se van inflando fortunas mil billonarias, es
así que toda la riqueza china es producto de invadir el mundo con basura y
destruir el ambiente de su propio país. Para poner un solo ejemplo individual,
hay por ahí un sonriente billonario que se ufana de hacer donaciones en países
“sub desarrollados”, pero que hizo su fortuna inundando el mundo con un
producto de pésima calidad, el sistema operativo Windows, que ocasiona horribles
quebraderos de cabeza a sus usuarios, simplemente porque es de mala calidad, muy
defectuoso.
Pero,
que ingenuidad la mía, cómo voy a aspirar a que los compradores demanden
calidad, si en obras monumentales como son las carreteras, puentes, sistemas de
transporte público, etc., a pesar de que a ojos vistas son de pésima calidad y
costes exorbitantes injustificados, los ciudadanos no reclaman, ¿cómo vamos a
esperar que tratándose de aparatos minúsculos de mano y de funcionamiento
misterioso vayan a percatarse siquiera de que son una basura? Un pequeño
ejemplo: las veredas de las ciudades de Pujilí y Otavalo son de muchísima más
calidad que las de Quito; y las de cualquier ciudad de Portugal son de
muchísima más calidad que las de Pujilí. Pero los ciudadanos de Quito ni se
enteran ni les importa.
Y,
ahora, respecto concretamente a la frase: “ir de compras”. En su mayoría las
mujeres, jóvenes y no tanto, han sido convencidas de que una de las actividades
“recreativas” más estimulantes y “des-estresantes” es “ir de compras”, para
“relajarse del trajín diario”. Claro que ellas no tienen la exclusiva en este nuevo
hábito, no faltan los varoncitos de todas las edades que también han decidido
practicarlo. Hace un tiempo, una persona me comentaba muy enfadada: “los
centros comerciales de Quito (Mall, los llaman ahora) son una barbaridad, me
paso horas recorriéndolos y no me decido qué comprar”. Entre curioso, enfadado
y divertido le respondí: “Paro, ¿tú vas a los centros comerciales a comprar lo
que necesitas o a ver qué comprar?” Ante lo cual me quedó viendo con cara de
“de qué planeta vino éste” y se alejó enojado.
En
una encuentro académico en la ciudad de Ibarra-Ecuador, hace unos tres años, un
arquitecto acuñó una frase feliz: “Por siglos Quito fue la ciudad del Sol,
ahora es la ciudad del Mall”. En efecto, casi en cada barrio hay un centro
comercial llamado Mall (porque el complejo de inferioridad lleva a usar palabras
en idioma extranjero; ya sólo falta que a las chicherías de barrio les llamen
Pub). Yo tengo conocimiento directo de la irracionalidad de esta práctica,
porque hace unos años realicé los estudios urbanos para conocer la necesidad de
ampliación de una vía en Quito, ya que dos propietarios de centros comerciales
“convencieron” al alcalde que había necesidad de dicha ampliación; yo demostré
con estudios técnicos y cifras incontrastables que esa necesidad no existía,
pero el Gerente de la Empresa de Obras Públicas de entonces, que era un patán
con bajísimo nivel cultural, gritó desaforado ante la población cuyas
propiedades debían ser expropiadas: “la obra se hace porque se hace”, y se
hizo.
Veo
muy poca televisión, pero cuando la veo me detengo en los reportajes de
ciudades extranjeras, aquellos son tan pobres que apenas emplean unos cuantos
milisegundos en exhibir los edificios y calles de interés o en conversar con la
gente, pero se detienen en describir el espectáculo sangriento de cómo
sacrifican y despanzurran a algún pobre animal para fabricar un platillo “sólo
para paladares delicados”; y las presentadoras, que suelen ser señoritas
medianamente atractivas, siempre terminan con una no siempre encantadora
sonrisa y con la frase: “y es una ciudad cautivadora para ir de compras”. Como
que las ciudades del mundo tuviesen tan poco que ofrecer en atractivos
naturales, urbanos, arquitectónicos, sociales o culturales; y lo que más
tuvieran que ofrecer al turista del mundo fuese “arte” culinario sangriento e
“ir de compras”.
Esta
desesperación y adicción a comprar (compradores compulsivos, los llaman) o a
poseer miles de objetos, es agudamente criticada en una novela del excelente
escritor Alberto Vázquez-Figueroa[4], UN
MUNDO MEJOR, en la cual un anciano al siguiente día de su cumpleaños les cuenta
a sus amigos que ha recibido muchísimos regalos, y que la gente no se da cuenta
de que debería obrar de otra manera, dice que en el cumpleaños de un anciano
los amigos deberían concurrir a llevarse cosas, no a regalárselas, porque
estando a poco de morir, no tiene sentido seguir acumulando cosas de las cuales,
además, no tiene ninguna necesidad; y que más bien desearía comenzar a
deshacerse de las muchas que ha acumulado en su vida. Y creo que el escritor, a
través de su personaje, tiene toda la razón. Yo, por ejemplo, ¡tengo tres
ternos y solamente me pongo uno y máximo una vez al año; tengo 12 pares de
zapatos y tres de sandalias, cuando solamente necesito un par de sandalias para
andar por casa y uno de zapatos para la calle; 18 pantalones, 34 chompas, 6
chaquetas, 41 camisas! ¡Es una locura! Es el resultado de lo que criticaba el
anciano de la novela: los regalos que uno recibe en aquellos días creados por
la publicidad: los días del padre, de la madre, de los enamorados, de la mujer,
del niño (en el que abarrotamos su espacio de regalos hasta que les toca casi dormir parados y, lo que es peor, les inoculamos el ansia de tener cosas), el “viernes negro”, los días “de saldos” en los almacenes, la
navidad, etc., todos los cuales implican ir de compras. Y la publicidad, con
máscara de santo, ruega “mantener el espíritu de la navidad todo el año”; es
decir el ir de compras, intercambiar regalos (y resentirse de por vida si se ha
dado y no se ha recibido, o no ha habido proporcionalidad entre uno y otro regalo),
entregarse desaforadamente a comilonas y bebilonas pantagruélicas, hipocresía
seudo religiosa, etc.; ese es el verdadero y real espíritu de la navidad
existente en esta sociedad; ¡Eso es lo que se promociona “mantener por todo el
año”!
Lo
que sí no me parece una locura, en cambio, es la cantidad de libros que forman
mi biblioteca (varios miles); si bien alguna vez alguien me criticó con esta
pregunta: ¿para qué compras tantos libros si ya te vas a morir y no alcanzarás
a leerlos? Esa persona se equivocó en unos cuantos años, todavía no he
“palmado” y no dejo de comprar libros, tengo una biblioteca sensacional.
Ahora
bien, para mayor tragedia, este “deporte” de “ir de compras” tiene otros
componentes, a cada cual más perverso. Para comprar, obviamente, es necesario
tener dinero, y si el salario no alcanza (como suele padecer la mayoría de la
población), pues las personas débiles mentales, de escasa moral y ninguna ética
no vacilan ni un minuto en obtener aquel a toda costa. En efecto, tanto en
entes públicos como empresas privadas de todo el mundo (solamente varían los
montos según el país) los empleados están siempre dispuestos y a la caza desesperada
de “comisiones” y coimas. En todo trámite, para lograr que se pase un documento
de un escritorio a otro es necesario pagar un “agradito” (como se lo llama en
los países tropicales) a los empleados respectivos; los cuales apenas
“trabajan” dos horas diarias en las labores para las que fueron contratadas, y
las seis restantes se las pasan en la caza mencionada. Por ello la eficiencia y
productividad del trabajo son bajísimas. Pero, claro, para que haya
sobornadores es necesario que haya sobornantes, en este aspecto también se
cumple la ley esencial del sistema capitalista, la de la oferta y la demanda:
puesto que hay demanda de soborno, hay oferta del mismo. Así por ejemplo, los
potenciales contratistas de obras públicas “invierten” ingentes capitales en
comprar a los funcionarios públicos responsables de las decisiones finales,
desde presidentes de países, ministros, pasando por alcaldes y llegando al
último empleado de ventanilla.[5]
Luego “recuperan” la inversión construyendo la obra con pésima calidad y
emitiendo facturas con sobreprecios y, finalmente, depositan sus capitales mal
habidos en los tristemente célebres “paraísos fiscales”, ¡que son treinta y
nueve según la OCDE pero en realidad son cientos! Realmente no alcanzo a
comprender cómo los habitantes de esos países, como Suiza, que empezó esta
práctica, no sienten la menor vergüenza al sentarse a comer con sus hijos
sabiendo que el dinero con el que compraron los alimentos y que sostiene a su
país en una bonanza permanente, procede en gran parte del robo y la expoliación
de países pobres por parte de empresarios y comerciantes corruptos y dictadores
genocidas y ladrones.
Y,
refiriéndome a Suiza, posee el pobrísimo “honor” de ser sede de una de las
empresas más depredadoras y explotadoras del mundo: NESTLÉ. En efecto, y para
poner un solo ejemplo, esta empresa ha comprado a las autoridades de una
porción de un Estado de los EEUU para que le “otorgue” el monopolio en el
aprovechamiento de una fuente de agua, ha puesto una embotelladora y vende a
los dueños de ese recurso la misma agua en botellas de plástico. O sea que
dichas “autoridades” en lugar de construir la infraestructura para conducir el
agua a los domicilios de sus MANDANTES, permite que NESTLÉ haga fortuna
vendiendo agua a los dueños de la misma agua, sin ningún procesamiento, porque
no hace falta, simplemente embotellándola y, de paso, emporcando el océano con
plástico. ¡Que linda familia”¡ Otra vez se demuestra que “no hay fortuna sin
expolio”, como se dijo antes.
“Ir
de compras” no solamente hace alusión al “deporte” de caminar bobaliconamente miles
de kilómetros en el interior de centros comerciales “para ver qué comprar”,
sino también se refiere a “ir de compras” de un yate de lujo, de una casa de
varios miles de metros cuadrados en un terreno de varias decenas de hectáreas,
de un hotel o empresa, de acciones en la bolsa, de viajes alrededor del mundo
en primera clase y alojamiento en hoteles de quinientas estrellas, por ejemplo
en Dubái, donde el cóctel de bienvenida contiene unas partículas de oro, etc.,
etc.
La
corrupción es una espantosa tragedia, que se expresa en la codicia, la ambición,
y lleva hasta el crimen; pero ha existido desde tiempos prehistóricos; lo único
novedoso es que los modernos medios de comunicación la han dado a conocer
masivamente, lo que ha generado que unos pocos nos escandalicemos y no demos
crédito a lo que nuestros ojos y oídos perciben. Pero en realidad parecería ser
una señal de identidad de la especie humana. En efecto, es tan longeva esta
tara que un científico, investigando este fenómeno, propone que aquella se
explica porque en “millones de años en nuestro linaje de mamíferos, se han
formado “reglas epigenéticas” (“cambios en la regulación de la actividad y la
expresión génicas que no dependen de la secuencia de genes”)[6] que
conducen a muchísimos de dichos mamíferos (prematuramente bajados de los
árboles) a la corrupción.
No
sé si esta noticia es más espantosa que la realidad que pretende describir
porque significaría que no hay esperanza de salvación. O, la única esperanza
estaría en la frase de Eduardo Galeano: “Debemos ser tan porfiados en creer en un mundo
mejor, porque aunque ESTAMOS MAL HECHOS, no estamos terminados”.
2018-05-06
[1] El nombre
‘coltán’ procede de la abreviatura de columbita y tantalita,
minerales que contiene este tipo de roca. De estos minerales
se extrae el tantalio y el niobio, utilizados en distintas industrias
de aparatos eléctricos, centrales atómicas, misiles, fibra óptica y
otros, aunque la mayor parte de la producción se destina a la
elaboración de condensadores y otras partes de los teléfonos móviles.
[2] Existe petróleo y gas natural atrapados en los poros de
formaciones rocosas poco permeables denominadas lutitas bituminosas situadas en
el subsuelo. Suelen encontrase a profundidades de entre mil y cinco mil metros. Debido a la baja permeabilidad de las lutitas, la extracción de los
hidrocarburos requiere la utilización de la fracturación hidráulica o fracking.
Esta técnica parte de la perforación de un pozo vertical hasta alcanzar la
formación que contiene gas o petróleo. Seguidamente, se realizan una serie de
perforaciones horizontales en la lutita, que pueden extenderse por varios
kilómetros en diversas direcciones. A través de estos pozos horizontales se
fractura la roca con la inyección de una mezcla de agua, arena y sustancias
químicas a elevada presión que fuerza el flujo y salida de los hidrocarburos de
los poros. Pero este flujo disminuye muy pronto, por lo cual es necesario
perforar nuevos pozos para mantener la producción de los yacimientos. Por este
motivo, la fracturación hidráulica conlleva la ocupación de vastas extensiones
de territorio. http://www.nofrackingmexico.org/que-es-el-fracking/
[3]
LOS ARCOS DEL AGUA, Barderi, Montse. Ediciones
B, Grupo Zeta. Barcelona, 2013, página 31. ¡Un libro EXCELENTE!
[4] Un escritor formidable, todas sus novelas son
extraordinarias, siempre proponiendo un mundo mejor y criticando con agudeza el
actual. Recomiendo muy enfáticamente no perderse una sola de sus novelas.
[5] En un artículo exclusivamente dedicado a este tema,
escrito hace un par de años, demostré que esta es una práctica común en todos
los países del mundo, y lo ha sido desde el siglo quinto a.C.; al menos mis
datos obtenidos datan desde esa época.
[6] LA CONQUISTA SOCIAL DE LA TIERRA, Wilson, Edward O.,
Editorial DEBOLSILLO, Barcelona, 2015, capítulo 20: ¿Qué es la naturaleza
humana?.