miércoles, 9 de mayo de 2018

IR DE COMPRAS

IR DE COMPRAS
Vivir para comprar en lugar de comprar para vivir
Leonardo Miño Garcés
            Desde hace bastantes años –realmente desde la Revolución Industrial de mediados del siglo XIX, pero con más intensidad desde la mal llamada “globalización”- se ha desatado en el mundo una costumbre, hábito o actividad mal entendida como “recreativa”, especialmente entre las clases altas y medias, pero del que las clases desposeídas no han podido escapar, es el “ir de compras”.
            Anteriormente el aparato artesanal y luego el industrial producían bienes de consumo, es decir objetos que había necesidad de fabricar porque estaban destinados a satisfacer necesidades objetivas de la población. En esa época la gente salía a comprar única y exclusivamente lo que realmente necesitaba. Ahora, en cambio, el aparato industrial no produce bienes de consumo, sino mercancías, es decir objetos destinados, no a satisfacer ninguna necesidad objetiva, sino creada por la publicidad, la moda o el arribismo social. A partir de entonces ha sido necesario identificar y clasificar las necesidades en tipos, y se ha propuesto la siguiente clasificación: necesidades objetivas, subjetivas y creadas.
            Esa situación, a todas luces irracional, no es banal, sino que ha conducido ni más ni menos que al peligro de desaparición de las condiciones de vida en el Planeta. Claro, como somos más de siete billones de habitantes, para los productores y comerciantes ese número significa alrededor de cinco billones de compradores, o sea de clientes potenciales. Y, para convertirles de clientes potenciales en demandantes reales, se ha desplegado una industria multimillonaria de engatusamiento, con el objetivo de transformar a esos billones de incautos en compradores o, lo que es más irracional, si cabe, en demandantes.
            Y, para satisfacer esa demanda billonaria, los empresarios no han tenido el menor decoro, vergüenza ni decencia, y se han lanzado a obtener a cualquier precio las materias primas e intermedias necesarias para producir todas esas mercancías. Esto incluye la gran minería depredadora de las condiciones naturales y para la cual no se duda en expulsar a comunidades enteras de pobladores para arrebatarles sus tierras, como se hizo con los Shuaras en el Oriente ecuatoriano (y a los que protestan, pues se los mata). Uno de los múltiples ejemplos de esta situación es la esclavitud de niños para producir los minerales, el coltán y el cobalto, por ejemplo, que se emplea en los teléfonos celulares:
“La voracidad de las multinacionales por acceder al coltán[1], imprescindible para las nuevas tecnologías, se encuentra tras la última guerra del Congo, país que posee el 80% de las reservas mundiales de este mineral... La utilización de niños soldados ha sido generalizada en la guerra del Congo, motivada por el control de los recursos naturales del país... La escalada de precios del coltán comenzó hace relativamente poco tiempo y tuvo que ver con el uso de tantalio para la fabricación de microchips de nueva generación que permitían baterías de larga duración en teléfonos móviles, videojuegos y portátiles... Para los más de 20 millones de personas que viven en las cinco provincias de la región oriental de la República Democrática del Congo, el número de defunciones directamente atribuibles a la ocupación de Ruanda y Uganda puede estimarse entre 3 y 3,5 millones de personas. Más recientemente, en julio de 2004, el Internacional Rescue Committee estimaría en 3,8 millones el número de muertes atribuibles directa o indirectamente a la guerra desde el año 1998... En realidad el mayor beneficiario del coltán congoleño durante la guerra fue Ruanda. Según informes de Human Right Watch, el Ejército regular, o bien alguna de las guerrillas que financiaba, empleaba prisioneros hutus, así como a población local, incluidos niños para la extracción del mineral en los yacimientos de aluvión que salpicaban el área bajo su control... Los innumerables informes de diversas ONG o de la propia ONU que iban saliendo a la luz, y que acusaban a Ruanda y Uganda del expolio de las riquezas minerales del Congo, permitieron una cierta presión internacional y el establecimiento de listas negras de empresas que operaban en la zona. Así 34 empresas (27 occidentales) fueron acusadas de importar coltán... “ (Subrayados míos)

“Una investigación de CNN ha descubierto que los niños están trabajando en minas de cobalto en la República Democrática del Congo (RDC). Trabajan en el fondo de la cadena de suministro mundial de cobalto, mientras los fabricantes de automóviles eléctricos y las grandes compañías tecnológicas compiten para obtener más y más del mineral precioso.
¿Por qué? Porque el cobalto es un componente clave en las baterías de iones de litio.
La República Democrática del Congo produce alrededor de dos tercios del cobalto mundial y se estima que posee la mitad de las reservas mundiales. En los últimos dos años, la creciente demanda ha visto el precio del cobalto cuadruplicado, y la producción en las minas artesanales, que durante mucho tiempo se sabe que tienen niños trabajadores, se disparó en un 18%”. (Subrayados míos)
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            En el mismo objetivo indicado: satisfacer aquella demanda y obtener obscenas fortunas, los empresarios no tienen reparos ni escrúpulos en emprender múltiples acciones, entre ellas la perforación tradicional del suelo, o el “fracking”[2] (que, además, deja envenenado el suelo y las aguas subterráneas) para la obtención de petróleo, carbón y gas natural en tierra, mar y, en el colmo de la imbecilidad y el asesinato de toda especie viva, en el Ártico. El mismo objetivo se consigue mediante la esclavitud de los trabajadores en las fábricas con salarios –en el mejor de los casos- de supervivencia, o sea que les sea suficiente para regresar a trabajar al siguiente día; la fabricación de productos con su obsolescencia programada, es decir que deberán dejar de funcionar al cabo de unos pocos años a pesar de estar en perfectas condiciones, lo que implica una irracional y criminal ineficiencia en el uso de los recursos naturales, humanos y financieros utilizados en su fabricación, lo que provoca la mayor depredación de la biodiversidad del Planeta. Y, al final de todo este proceso, está la disposición criminal de los residuos de todo el proceso industrial y de los aparatos “obsoletos” de manera que provocan la destrucción de la salud de la población receptora de esos residuos, además de la contaminación de los arroyos y ríos, las aguas superficiales y subterráneas, el suelo, el mar, la atmósfera e inclusive, el espacio exterior.

“GHANA, EL VERTEDERO ELECTRÓNICO DEL PRIMER MUNDO
Plomo, cadmio y bromo son los ingredientes que cubren las tierras de Agbogbloshie, uno de los barrios de Accra donde no paran de llegar contenedores con chatarra europea... Agbogbloshie es el nombre del mayor mercado mundial de electrónica, aunque quizá habría que especificar más: chatarra electrónica. Este barrio, de nombre casi impronunciable para un hispanohablante, pertenece a la ciudad de Accra, capital de Ghana (África), y es el principal vertedero de desechos tecnológicos del mundo. Al oeste de la ciudad y situado en pleno golfo de Guinea, está el puerto de Tema, que recibe más de 600 contenedores al mes repletos de equipos electrónicos obsoletos. La mayoría de envíos tiene la misma procedencia: Europa...  La ONU va más allá y cuantifica el total mundial de basura electrónica en 50 millones de toneladas... Y todas con un destino: Agbogbloshie, en Ghana... Según el estudio de Oteng-Ababio, en Ghana la recuperación de metales valiosos genera a los trabajadores ingresos de unos 3,5 dólares diarios, casi dos veces y medio el sueldo diario de un trabajador medio en Ghana. Este es el motivo por el que miles de personas se han visto atraídas por el negocio de la basura electrónica. Un ejemplo. Se calcula que 100.000 teléfonos móviles pueden contener unos 2,4 kilos de oro, equivalentes a 122.000 euros; más de 900 kilos de cobre, valorados en 93.800 dólares; y 25 kilos de plata, igual a 26.000 euros... Tierras contaminadas: Plomo, cadmio, bromo, dioxinas cloradas y un largo etcétera son los componentes que copan las miles de hectáreas del vertedero. Según cálculos de varias ONG, la dimensión de Agbogbloshie equivale a once campos de fútbol. Los materiales se tratan en fogatas al aire libre, liberando polvo y humos contaminantes derivados de la quema, sobre todo de la combustión de PVC. Debido a la nula experiencia en el tratamiento y reciclaje de estos desechos, muchos trabajadores, niños incluidos, terminan cayendo enfermos... Un estudio de la ONU certificó en 2014 que en Agbogbloshie la concentración de plomo en el suelo llega a superar mil veces el nivel máximo de tolerancia, y la contaminación del agua y la tierra exterminó en menos de una década toda la biodiversidad de la zona. Otro informe de Naciones Unidas reveló que las pruebas realizadas en una escuela cercana a un depósito de residuos electrónicos destapó una contaminación por plomo, cadmio y otros contaminantes perjudiciales para la salud de más de 50 veces por encima de los niveles libres de riesgo.” (Subrayados míos)

            De manera que queda demostrado que “No hay fortuna sin expolio”[3].   
            Para terminar de cerrar el círculo de la ignominia, como se dijo antes, se creó un aparato multimillonario de publicidad a través de prensa, radio, televisión, correos electrónicos no deseados que se introducen abusivamente en tu privacidad, llamadas telefónicas al móvil -menos deseadas aún- en las que las distintas empresas emplean una práctica pirata de arrebatarse clientes impúdicamente, volantes, vallas publicitarias gigantes físicas o electrónicas, etc., diseñadas para bombardear a los potenciales compradores en el objetivo de convencerles de que son unos auténticos imbéciles si no tienen ya el último modelo de alguna de las basuras que venden. Y, claro, no faltan las personas que sí lo son y adoptan la “obsolescencia asumida”, que significa que el aparato que compró hace poco tiempo “ya no vale”, simplemente porque su compañerito de escuela, colegio, universidad o empleo ya tiene el último modelo y ellos no pueden pasar por idiotas con el modelo anterior.
            La desesperación por vender mercancías basura lleva a los fabricantes y comerciantes al extremo de pensar que “como los ciudadanos son tan idiotas que no vienen a comprar, vamos a introducirnos alevosamente en sus vidas privadas para obligarles a hacerlo”. Esta es la finalidad de los “centros de llamada” o “call centers”. En estos se paga a los trabajadores en función de su capacidad de engaño a los receptores de las llamadas. El empleado más mentiroso y embaucador es el que obtiene el mejor salario, no importa que estafe a un anciano jubilado y enfermo. Ver al respecto el capítulo LLAMAR Y TIMAR, TODO ES EMPEZAR, del libro CON LOS PERDEDORES DEL MEJOR DE LOS MUNDOS, del escritor alemán Günter Wallraff, páginas 103-167. El autor pone que “La ley dice claramente que, sin un consentimiento expreso y concreto, el call center no puede marcar el número de un potencial nuevo cliente. Todo lo demás es una infracción de la ley que prohíbe la competencia desleal”. Pues en el Ecuador, concretamente la empresa CLARO, ya me ha llamado como quinientas veces para decirme que conocen que soy cliente de la empresa competidora MOVISTAR, y que quieren ofrecerme ventajas extraordinarias. Por supuesto que les he interrumpido de inmediato y les he dicho que son unos vulgares piratas, que sólo por esa razón no quiero ni saber de su empresa, que no vuelvan a llamarme, y les corto la comunicación como tirándoles la puerta en las narices. Pero en una demostración de estupidez crónica insisten en llamarme. Cuando puse esta denuncia en Facebook varios amigos me respondieron que igual procede MOVISTAR. ¿Ven ustedes cómo los empresarios no pasan de ser unos vulgares sinvergüenzas? Wallraff pone que a los futuros empleados se les adoctrina en el engaño, a tal punto que cuando uno de ellos responde a un receptor de llamada, por ejemplo: “Entonces le ruego que disculpe la molestia, lo lamento en serio”; el entrenador reacciona indignado: “¡Menudo sentimental eres!”... “Aquí no es vuestra obligación tener remordimientos de conciencia. ¡La conciencia podéis dejarla en casa” (Página 115). Es lo que se llama “terrorismo telefónico... en un call center no se pueden tener escrúpulos... La soledad es una enfermedad de nuestra sociedad: las personas socialmente aisladas acogen a los tele-operadores como si fueran asistentes sociales y lo pagan caro comprando toda la basura imaginable”(Pág. 141). Les invito a leer esta barbaridad repugnante:
“Me acuerdo de una señora de casi noventa años que pagaba veinte euros de teléfono al mes. Le ofrecí la conexión complementaria, 'nuestro paquete de 29,95 euros todo incluido, no podrá encontrar un precio mejor'. Con tarifa plana. No dije nada de la conexión a Internet; si lo hubiera dicho la habría confundido totalmente. Me respondió que todos sus amigos ya habían muerto y que tampoco le quedaban parientes. Que sólo necesitaba el teléfono para llamar al médico. Yo tenía que mantenerme firme, tenía al entrenador al lado, escuchando la conversación... En una situación así, tienes que conseguir la venta; si no lo haces, después viene el rapapolvo. Así que amenacé a la anciana diciéndole que dentro de unos días ese teléfono iba a dejar de sonar si no cambiaba de compañía ya mismo. Y la mujer se desesperó. Soltó un hondo suspiro y aceptó; no podía vivir sin teléfono. Mi entrenador me miró radiante y se dio por satisfecho con mis argumentos. Yo preparé los documentos pero luego los tiré a la basura... Así le ahorré muchas molestias a esa mujer”(Págs. 150-151, subrayados míos).
            Debo aclarar que el autor del libro, Günter Wallraff, es un periodista que ha logrado varios de este tipo de reportajes haciéndose pasar por otra persona, entre ellas, negro, mendigo deambulando y durmiendo en las calles, trabajador de una panadería, tele-operador, dependiente de Starbucks, empleado del ferrocarril, etc., para sentir en carne propia los infortunios de los “perdedores del mejor de los mundos” y poder denunciar con conocimiento directo de causa esas desgracias y penurias inconcebibles.
            Y la masa de consumidores inconscientes ni siquiera demanda calidad en las mercancías que adquiere desenfrenadamente, es así que especialmente los artículos de procedencia china son vergonzosamente malos, pero igual los coreanos, indios, etc. No tienen ninguna relación con aquellos juguetes que teníamos de niños, en los cuales empezamos a balbucear el idioma inglés: “made in Germany”, “made in U.S.A.”, “made in Japan” que duran y siguen funcionando hasta ahora. Pero, sin embargo, se van inflando fortunas mil billonarias, es así que toda la riqueza china es producto de invadir el mundo con basura y destruir el ambiente de su propio país. Para poner un solo ejemplo individual, hay por ahí un sonriente billonario que se ufana de hacer donaciones en países “sub desarrollados”, pero que hizo su fortuna inundando el mundo con un producto de pésima calidad, el sistema operativo Windows, que ocasiona horribles quebraderos de cabeza a sus usuarios, simplemente porque es de mala calidad, muy defectuoso.
            Pero, que ingenuidad la mía, cómo voy a aspirar a que los compradores demanden calidad, si en obras monumentales como son las carreteras, puentes, sistemas de transporte público, etc., a pesar de que a ojos vistas son de pésima calidad y costes exorbitantes injustificados, los ciudadanos no reclaman, ¿cómo vamos a esperar que tratándose de aparatos minúsculos de mano y de funcionamiento misterioso vayan a percatarse siquiera de que son una basura? Un pequeño ejemplo: las veredas de las ciudades de Pujilí y Otavalo son de muchísima más calidad que las de Quito; y las de cualquier ciudad de Portugal son de muchísima más calidad que las de Pujilí. Pero los ciudadanos de Quito ni se enteran ni les  importa.
            Y, ahora, respecto concretamente a la frase: “ir de compras”. En su mayoría las mujeres, jóvenes y no tanto, han sido convencidas de que una de las actividades “recreativas” más estimulantes y “des-estresantes” es “ir de compras”, para “relajarse del trajín diario”. Claro que ellas no tienen la exclusiva en este nuevo hábito, no faltan los varoncitos de todas las edades que también han decidido practicarlo. Hace un tiempo, una persona me comentaba muy enfadada: “los centros comerciales de Quito (Mall, los llaman ahora) son una barbaridad, me paso horas recorriéndolos y no me decido qué comprar”. Entre curioso, enfadado y divertido le respondí: “Paro, ¿tú vas a los centros comerciales a comprar lo que necesitas o a ver qué comprar?” Ante lo cual me quedó viendo con cara de “de qué planeta vino éste” y se alejó enojado.
            En una encuentro académico en la ciudad de Ibarra-Ecuador, hace unos tres años, un arquitecto acuñó una frase feliz: “Por siglos Quito fue la ciudad del Sol, ahora es la ciudad del Mall”. En efecto, casi en cada barrio hay un centro comercial llamado Mall (porque el complejo de inferioridad lleva a usar palabras en idioma extranjero; ya sólo falta que a las chicherías de barrio les llamen Pub). Yo tengo conocimiento directo de la irracionalidad de esta práctica, porque hace unos años realicé los estudios urbanos para conocer la necesidad de ampliación de una vía en Quito, ya que dos propietarios de centros comerciales “convencieron” al alcalde que había necesidad de dicha ampliación; yo demostré con estudios técnicos y cifras incontrastables que esa necesidad no existía, pero el Gerente de la Empresa de Obras Públicas de entonces, que era un patán con bajísimo nivel cultural, gritó desaforado ante la población cuyas propiedades debían ser expropiadas: “la obra se hace porque se hace”, y se hizo.
            Veo muy poca televisión, pero cuando la veo me detengo en los reportajes de ciudades extranjeras, aquellos son tan pobres que apenas emplean unos cuantos milisegundos en exhibir los edificios y calles de interés o en conversar con la gente, pero se detienen en describir el espectáculo sangriento de cómo sacrifican y despanzurran a algún pobre animal para fabricar un platillo “sólo para paladares delicados”; y las presentadoras, que suelen ser señoritas medianamente atractivas, siempre terminan con una no siempre encantadora sonrisa y con la frase: “y es una ciudad cautivadora para ir de compras”. Como que las ciudades del mundo tuviesen tan poco que ofrecer en atractivos naturales, urbanos, arquitectónicos, sociales o culturales; y lo que más tuvieran que ofrecer al turista del mundo fuese “arte” culinario sangriento e “ir de compras”.
            Esta desesperación y adicción a comprar (compradores compulsivos, los llaman) o a poseer miles de objetos, es agudamente criticada en una novela del excelente escritor Alberto Vázquez-Figueroa[4], UN MUNDO MEJOR, en la cual un anciano al siguiente día de su cumpleaños les cuenta a sus amigos que ha recibido muchísimos regalos, y que la gente no se da cuenta de que debería obrar de otra manera, dice que en el cumpleaños de un anciano los amigos deberían concurrir a llevarse cosas, no a regalárselas, porque estando a poco de morir, no tiene sentido seguir acumulando cosas de las cuales, además, no tiene ninguna necesidad; y que más bien desearía comenzar a deshacerse de las muchas que ha acumulado en su vida. Y creo que el escritor, a través de su personaje, tiene toda la razón. Yo, por ejemplo, ¡tengo tres ternos y solamente me pongo uno y máximo una vez al año; tengo 12 pares de zapatos y tres de sandalias, cuando solamente necesito un par de sandalias para andar por casa y uno de zapatos para la calle; 18 pantalones, 34 chompas, 6 chaquetas, 41 camisas! ¡Es una locura! Es el resultado de lo que criticaba el anciano de la novela: los regalos que uno recibe en aquellos días creados por la publicidad: los días del padre, de la madre, de los enamorados, de la mujer, del niño (en el que abarrotamos su espacio de regalos hasta que les toca casi dormir parados y, lo que es peor, les inoculamos el ansia de tener cosas), el “viernes negro”, los días “de saldos” en los almacenes, la navidad, etc., todos los cuales implican ir de compras. Y la publicidad, con máscara de santo, ruega “mantener el espíritu de la navidad todo el año”; es decir el ir de compras, intercambiar regalos (y resentirse de por vida si se ha dado y no se ha recibido, o no ha habido proporcionalidad entre uno y otro regalo), entregarse desaforadamente a comilonas y bebilonas pantagruélicas, hipocresía seudo religiosa, etc.; ese es el verdadero y real espíritu de la navidad existente en esta sociedad; ¡Eso es lo que se promociona “mantener por todo el año”!
            Lo que sí no me parece una locura, en cambio, es la cantidad de libros que forman mi biblioteca (varios miles); si bien alguna vez alguien me criticó con esta pregunta: ¿para qué compras tantos libros si ya te vas a morir y no alcanzarás a leerlos? Esa persona se equivocó en unos cuantos años, todavía no he “palmado” y no dejo de comprar libros, tengo una biblioteca sensacional.
            Ahora bien, para mayor tragedia, este “deporte” de “ir de compras” tiene otros componentes, a cada cual más perverso. Para comprar, obviamente, es necesario tener dinero, y si el salario no alcanza (como suele padecer la mayoría de la población), pues las personas débiles mentales, de escasa moral y ninguna ética no vacilan ni un minuto en obtener aquel a toda costa. En efecto, tanto en entes públicos como empresas privadas de todo el mundo (solamente varían los montos según el país) los empleados están siempre dispuestos y a la caza desesperada de “comisiones” y coimas. En todo trámite, para lograr que se pase un documento de un escritorio a otro es necesario pagar un “agradito” (como se lo llama en los países tropicales) a los empleados respectivos; los cuales apenas “trabajan” dos horas diarias en las labores para las que fueron contratadas, y las seis restantes se las pasan en la caza mencionada. Por ello la eficiencia y productividad del trabajo son bajísimas. Pero, claro, para que haya sobornadores es necesario que haya sobornantes, en este aspecto también se cumple la ley esencial del sistema capitalista, la de la oferta y la demanda: puesto que hay demanda de soborno, hay oferta del mismo. Así por ejemplo, los potenciales contratistas de obras públicas “invierten” ingentes capitales en comprar a los funcionarios públicos responsables de las decisiones finales, desde presidentes de países, ministros, pasando por alcaldes y llegando al último empleado de ventanilla.[5] Luego “recuperan” la inversión construyendo la obra con pésima calidad y emitiendo facturas con sobreprecios y, finalmente, depositan sus capitales mal habidos en los tristemente célebres “paraísos fiscales”, ¡que son treinta y nueve según la OCDE pero en realidad son cientos! Realmente no alcanzo a comprender cómo los habitantes de esos países, como Suiza, que empezó esta práctica, no sienten la menor vergüenza al sentarse a comer con sus hijos sabiendo que el dinero con el que compraron los alimentos y que sostiene a su país en una bonanza permanente, procede en gran parte del robo y la expoliación de países pobres por parte de empresarios y comerciantes corruptos y dictadores genocidas y ladrones.
            Y, refiriéndome a Suiza, posee el pobrísimo “honor” de ser sede de una de las empresas más depredadoras y explotadoras del mundo: NESTLÉ. En efecto, y para poner un solo ejemplo, esta empresa ha comprado a las autoridades de una porción de un Estado de los EEUU para que le “otorgue” el monopolio en el aprovechamiento de una fuente de agua, ha puesto una embotelladora y vende a los dueños de ese recurso la misma agua en botellas de plástico. O sea que dichas “autoridades” en lugar de construir la infraestructura para conducir el agua a los domicilios de sus MANDANTES, permite que NESTLÉ haga fortuna vendiendo agua a los dueños de la misma agua, sin ningún procesamiento, porque no hace falta, simplemente embotellándola y, de paso, emporcando el océano con plástico. ¡Que linda familia”¡ Otra vez se demuestra que “no hay fortuna sin expolio”, como se dijo antes.
            “Ir de compras” no solamente hace alusión al “deporte” de caminar bobaliconamente miles de kilómetros en el interior de centros comerciales “para ver qué comprar”, sino también se refiere a “ir de compras” de un yate de lujo, de una casa de varios miles de metros cuadrados en un terreno de varias decenas de hectáreas, de un hotel o empresa, de acciones en la bolsa, de viajes alrededor del mundo en primera clase y alojamiento en hoteles de quinientas estrellas, por ejemplo en Dubái, donde el cóctel de bienvenida contiene unas partículas de oro, etc., etc.
            La corrupción es una espantosa tragedia, que se expresa en la codicia, la ambición, y lleva hasta el crimen; pero ha existido desde tiempos prehistóricos; lo único novedoso es que los modernos medios de comunicación la han dado a conocer masivamente, lo que ha generado que unos pocos nos escandalicemos y no demos crédito a lo que nuestros ojos y oídos perciben. Pero en realidad parecería ser una señal de identidad de la especie humana. En efecto, es tan longeva esta tara que un científico, investigando este fenómeno, propone que aquella se explica porque en “millones de años en nuestro linaje de mamíferos, se han formado “reglas epigenéticas” (“cambios en la regulación de la actividad y la expresión génicas que no dependen de la secuencia de genes”)[6] que conducen a muchísimos de dichos mamíferos (prematuramente bajados de los árboles) a la corrupción.
            No sé si esta noticia es más espantosa que la realidad que pretende describir porque significaría que no hay esperanza de salvación. O, la única esperanza estaría en la frase de Eduardo Galeano: “Debemos ser tan porfiados en creer en un mundo mejor, porque aunque ESTAMOS MAL HECHOS, no estamos terminados”.
2018-05-06




[1] El nombre ‘coltán’ procede de la abreviatura de columbita y tantalita, minerales que contiene este tipo de roca. De estos minerales se extrae el tantalio y el niobio, utilizados en distintas industrias de aparatos eléctricos, centrales atómicas, misiles, fibra óptica y otros, aunque la mayor parte de la producción se destina a la elaboración de condensadores y otras partes de los teléfonos móviles.

[2] Existe petróleo y gas natural atrapados en los poros de formaciones rocosas poco permeables denominadas lutitas bituminosas situadas en el subsuelo. Suelen encontrase a profundidades de entre mil y cinco mil metros. Debido a la baja permeabilidad de las lutitas, la extracción de los hidrocarburos requiere la utilización de la fracturación hidráulica o fracking. Esta técnica parte de la perforación de un pozo vertical hasta alcanzar la formación que contiene gas o petróleo. Seguidamente, se realizan una serie de perforaciones horizontales en la lutita, que pueden extenderse por varios kilómetros en diversas direcciones. A través de estos pozos horizontales se fractura la roca con la inyección de una mezcla de agua, arena y sustancias químicas a elevada presión que fuerza el flujo y salida de los hidrocarburos de los poros. Pero este flujo disminuye muy pronto, por lo cual es necesario perforar nuevos pozos para mantener la producción de los yacimientos. Por este motivo, la fracturación hidráulica conlleva la ocupación de vastas extensiones de territorio. http://www.nofrackingmexico.org/que-es-el-fracking/

[3] LOS ARCOS DEL AGUA, Barderi, Montse. Ediciones B, Grupo Zeta. Barcelona, 2013, página 31. ¡Un libro EXCELENTE!
[4] Un escritor formidable, todas sus novelas son extraordinarias, siempre proponiendo un mundo mejor y criticando con agudeza el actual. Recomiendo muy enfáticamente no perderse una sola de sus novelas.
[5] En un artículo exclusivamente dedicado a este tema, escrito hace un par de años, demostré que esta es una práctica común en todos los países del mundo, y lo ha sido desde el siglo quinto a.C.; al menos mis datos obtenidos datan desde esa época.
[6] LA CONQUISTA SOCIAL DE LA TIERRA, Wilson, Edward O., Editorial DEBOLSILLO, Barcelona, 2015, capítulo 20: ¿Qué es la naturaleza humana?.