jueves, 13 de junio de 2019

EL TIEMPO NO EXISTE EN LA NATURALEZA

EL TIEMPO NO EXISTE EN LA NATURALEZA
Leonardo Miño Garcés
En muchos libros de divulgación científica, e incluso en los mismos libros científicos se lee esta frase: “...Hace mucho tiempo hubo una gran explosión (el Big Bang), de esa explosión nacieron el espacio y el tiempo…” En mi criterio ¡ESTO ES FALSO!
    La realidad más probable es que dicha explosión se produjo por un despliegue de energía y de ella surgió la materia en movimiento y el espacio que separa los fragmentos de materia. De manera que únicamente se produjeron o “nacieron” la materia en movimiento y el espacio. El tiempo no existe en la naturaleza, sino que es un recurso, artificio o magnitud inventada  por los seres humanos para poder medir y comprender aquel movimiento de la materia, o sea la velocidad a la que ella se mueve y que le permite alcanzar a otro fragmento de materia o alejarse de él.
    Recordemos la fórmula de la Física: E=VxT; T=E/V; V=E/T. En esa fórmula el tiempo es una variable dependiente del espacio y de la velocidad, o sea, del espacio que separa los fragmentos de materia y de la velocidad de desplazamiento de aquellos; estos dos últimos existen por sí mismos, mientras que el tiempo no.
    Debido a la inexistencia del tiempo en la naturaleza, cuando alguien quiere definirlo, no lo puede hacer sino recurriendo o echando mano a la materia, a la  velocidad o al espacio, o sea que no puede definirlo por sí mismo sino con el apoyo de ejemplos o de aquellas realidades. En cambio sí se puede definir por sí misma a la materia: agrupación de partículas o de átomos; y también se puede definir al espacio por sí mismo: vacío entre fragmentos de materia.
  En cambio, el tiempo es una magnitud artificial que nos permite cuantificar la velocidad y aceleración de un fragmento de materia entre dos instantes de observación de aquella, y medir su desplazamiento en el espacio.
    Esta última afirmación es corroborada por Stephen Hawking, en -entre otros- los siguientes párrafos: “Tanto Aristóteles como Newton creían en el tiempo absoluto. Es decir, ambos pensaban que se podía afirmar inequívocamente la posibilidad de medir el intervalo de tiempo entre dos sucesos sin ambigüedad, y que dicho intervalo sería el mismo para todos los que lo midieran, con tal que usaran un buen reloj…” (HISTORIA DEL TIEMPO, Stephen Hawking, pág. 37). De manera que el tiempo es un instrumento de medida del intervalo entre dos sucesos, estos son los fenómenos naturales. “Debemos aceptar que el tiempo no está completamente separado e independiente del espacio, sino que por el contrario se combina con él para formar un objeto llamado espacio-tiempo” (Op.Cit. Pág. 44). “Hasta comienzos de este siglo la gente creía en el tiempo absoluto… Sin embargo, el descubrimiento de que la velocidad de la luz resultaba ser la misma para todo observador, sin importar cómo se estuviese moviendo éste, condujo a la teoría de la relatividad, y en ésta tenía que abandonarse la idea de que había un tiempo absoluto único. En lugar de ello, cada observador tendría su propia medida del tiempo, que sería la registrada por un reloj que él llevase consigo: relojes correspondientes a diversos observadores no coincidirían necesariamente. De este modo el tiempo se convirtió en un concepto más personal, relativo al observador que lo medía…” (Op.Cit. Pág. 189).
    Es importante mencionar que el libro citado, el más difundido de Stephen Hawking, a pesar de que su mismo título es HISTORIA DEL TIEMPO, no relata dicha historia sino la de los acontecimientos o eventos que ocurrieron a partir del Big Bang y, para cuya comprensión, la ciencia tuvo que inventar una magnitud de medida entre ellos.
    Otro ejemplo que ayuda a demostrar la hipótesis del presente ensayo es el conjunto de unidades que empleamos para medir nuestro tiempo: el día “dura” 24 horas, la hora sesenta minutos, el minuto sesenta segundos, etc. Resulta que todas esas cifras son múltiplos de seis, que era el sistema inventado por los sumerios, junto con la escritura: “Su sistema de base 6 nos confirió varios legados importantes, como la división del día en 24 horas y la del círculo en 360 grados” (SAPIENS, DE ANIMALES A DIOSES, Yuval Noah Harari, pág. 142).
    El fenómeno natural que medimos con ese sistema es la rotación del planeta Tierra en su eje, la que hemos cuantificado en 1.666 km/h.
    Con el mismo sistema de base seis, podríamos haber decidido que el día “durara” 12 horas, un mes tendría 60 días y un año 6 meses. O, podríamos haber decidido que un año sería, no el equivalente a la traslación de la Tierra en su órbita alrededor del Sol, sino por ejemplo, a una oscilación sobre y bajo su plano ecuatorial (la Tierra realiza dos oscilaciones al año). En ese caso, nuestra vida “duraría” el doble de años, tendríamos el doble de fiestas de cumpleaños, el doble de regalitos, etc., pero nuestro tiempo biológico no se alteraría un ápice, ya que la magnitud artificial inventada es subjetiva, mientras que los fenómenos naturales son objetivos e inalterables. Todo ese cambio no afectaría en lo más mínimo a la velocidad de giro de la Tierra, la misma que ni siquiera se enteraría de nuestro capricho, pero nosotros le “asignaríamos” otra cifra a su misma velocidad.
    Si aceptásemos aquel cambio de magnitud simplemente los relojes y los calendarios tendrían que cambiar, pero esto no comporta ningún problema, como demuestra la historia conocida, en el transcurso de la cual han existido varios calendarios: el egipcio de hace más de 3.000 años (que medía la ocurrencia y frecuencia de las inundaciones del Nilo), el griego, el romano vigente hasta el año 46 a.C., el juliano, y el gregoriano, promulgado en 1582 por el Papa Gregorio XIII, y que rige en la actualidad.
    Y, a propósito de aquella palabra inventada: “año”, cabe una reflexión suscitada por la Biblia. En el libro del Génesis se leen estos versículos: “Y así todo el tiempo que vivió Adán fue de novecientos y treinta años, y murió” (Génesis, 5:5). Si en la época en que fue escrito este libro no se conocía que la Tierra gira en su órbita alrededor del Sol, lo cual fue barruntado por los jónicos griegos alrededor del siglo VI a.C., y demostrado por Nicolás Copérnico recién en 1543, ¿qué fenómeno natural utilizaban los pastores que idearon y transmitieron oralmente el Génesis para definir su “año”? Es más sorprendente el versículo 3: “Cumplió Adán los ciento treinta años de edad, y engendró un hijo a imagen y semejanza suya, a quien llamó Set” (Génesis, 5:3). Si las características biológicas del Homo Sapiens han evolucionado positivamente para llegar a las actuales, ¿será que, en cambio, las reproductivas fueron deteriorándose, ya que Adán tenía una potencia reproductiva impresionante como para engendrar un hijo a los 130 años de edad? Y siguió entusiasmado engendrando hijos e hijas después de Set (Génesis, 5:4). No parece muy posible, ¿verdad? O, ¿la respuesta está en las diversas magnitudes ideadas y empleadas por los seres humanos a lo largo de la historia para medir el transcurso entre dos eventos naturales?
    De manera que lo que real y objetivamente existe en la naturaleza y se formó con el Big Bang son la materia en movimiento (desplazamiento, velocidad y aceleración) y el espacio. Mientras que el tiempo es una magnitud inventada o imaginada por los seres humanos para medir y comprender la relación entre aquellos dos elementos de la naturaleza.
    El tiempo no existe en la naturaleza.
    Otra realidad impresionante e increíble es que el color no existe en la naturaleza, sino que se forma en el cerebro humano, en la naturaleza las cosas son blancas o negras. Pero este tema lo trataré en otra oportunidad.

LMG/2019-05-28 a 2019-06-12.