lunes, 14 de noviembre de 2022

DETERIORO DE LA CALIDAD DE VIDA EN UN BARRIO URBANO

DETERIORO DE LA CALIDAD DE VIDA

EN AL ÁMBITO DE LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS

¡ESTÁN CONVIRTIENDO NUESTRO BARRIO EN UN ANTRO!

 


Leonardo Miño Garcés[1]

 

Desde hace un par de años se ha venido produciendo un alto deterioro de la calidad de vida de los residentes en el ámbito de influencia de tres universidades y un colegio de la ciudad de Quito. Concretamente entre las avenidas 12 de Octubre, Ignacio de Veintemilla[2]y las calles Jerónimo Carrión, José Luis Tamayo, Leonidas Plaza y Vicente Ramón Roca.

            El fenómeno que se analiza es que en el espacio urbano mencionado, desde la mañana del lunes hasta la medianoche del viernes se congregan hordas de sujetos con el objetivo de libar alcohol, armar algazaras, escándalos e incluso -una vez embrutecidos por el alcohol- dar rienda suelta a sus bajos instintos agrediéndose mutuamente, hasta convertirse en verdaderos gamberros y delincuentes.

            Ante el llamado de los residentes al teléfono 911, la policía acude a desalojarlos de calles y veredas, pero no cumple con la sanción reglamentada de multarlos por beber alcohol en los espacios públicos, sino que simplemente los desaloja. Obviamente, apenas desaparece la policía los gamberros vuelven, en un juego ridículo del gato y el ratón. Los policías o los empleados municipales se han limitado a colocar letreros advirtiendo de la sanción con multa por beber en la calle, pero los gamberros y gamberras ya los han destruido, o sea que incluso son vándalos. Consumir licor en los espacios públicos es un delito flagrante, de manera que los policías deberían llevarse a los fulanos y fulanas y encerrarlos en una celda hasta que concurran sus padres a pagar la multa; con lo cual, además, ese delito quedaría registrado en su récord policial, el cual estaría en internet y sería fácilmente accesible por las empresas en las cuales busquen trabajo en el futuro e, incluso, por los padres de sus pretendidas esposas; a ver si se presentan a “solicitar la mano de la novia o del novio” con semejante “certificado”. Con lo cual queda demostrado que el simple “espantar” a los gamberros no es la solución. Hay que buscar la causa del fenómeno.

             Desde finales del siglo pasado en la ciudad de Loja no solamente está prohibido beber alcohol en los espacios públicos, sino que la costumbre ha hecho que sus ciudadanos no puedan ni siquiera concebir que eso se haga en alguna parte del mundo. Pero en la ciudad llamada “Luz de América” es más bien un signo de identidad de la misma.

            Cuando, reprimiendo mi repugnancia, he tenido que salir a esperar a alguien en la vereda y he tenido que colocarme cerca de algún grupo de esos he visto conductas truculentas, he oído conversaciones obscenas y de bajísima estopa, enlas que -con mucha frecuencia- son las mujeres las que incitan a los varones, les orientan a los sitios de venta de alcohol barato y francachela libre y, ligeras de ropa y moral, les incitan a cometer otras cosas más repugnantes. Incluso en tiempos de pandemia he visto desde la ventana grupos -y les he tomado fotos que tengo como evidencia- cometiendo actos que de solo mencionarlos se clasificarían en la sección de prohibidos hasta en los más bajos estratos de la sociedad.

            Hace menos de un mes a media mañana un sujeto ya voluntariamente descerebrado por la bebida desocupó la vejiga al pie de un árbol y se subió al vehículo de un visitante del edificio en el que vivo creyendo que era el suyo, por lo que tuve que sacarle como a un pelele y botarle en media calle como a la basura en que se había convertido.

            Vamos a ver. ¿Quiénes son los sujetos que componen las hordas mencionadas? Son sujetos (me niego a reconocerles el calificativo de jóvenes, porque evidentemente sus cerebros están deteriorados, y tampoco el de ciudadanos porque solamente tienen dicha calidad -según Aristóteles- los que actúan en la solución de los problemas de la ciudad) de entre quince y unos veinte y cuatro años; todos con mochilas (supongo que con libros nunca abiertos y cuadernos mugrosos en su interior); algunos con un saco celeste (del uniforme de uno de los colegios); de clase media baja a baja; hombres y mujeres. Se presentan de lunes a viernes, muy raramente los sábados por la mañana, nunca los días feriados; o sea, en días y horario de clases, aunque permanecen hasta altas horas de la noche. Todos los datos corresponden a personas que no residen en el barrio, sino que concurren a las instituciones educativas del sector; obviamente no son estudiantes, sino solamente matriculados en ellas. Así que su procedencia y origen de su presencia en el barrio son aquellas instituciones.

            Una vez identificados los sujetos toca buscar las causas de su reprobable y repugnante conducta.

            Surgen tres causas. Una: La sociedad a la que pertenecen tiene un bajísimo nivel cultural, científico y tecnológico; no ofrece a sus jóvenes oportunidades de realización ni empleos bien remunerados que requieran competencia estricta para obtenerlos, lo que lleva a los sujetos del comentario al convencimiento en que no se necesita saber mucho para conseguir trabajo, lo cual está reforzado porque la ineficiencia de sus empleados y gobernantes es endémica; el sistema judicial de la sociedad es altamente deficiente y no contempla penalidades rigurosas por el irrespeto a los demás ni por el mal uso del espacio público; no demanda calidad ni en sus ciudadanos ni en sus espacios. En suma, una sociedad deplorable, un país fallido.

            Dos: Las familias de las que proceden estos sujetos son de constitución precaria, con frecuencia viven con un solo padre que a duras penas puede pagarles una pésima educación y no tiene tiempo ni cultura ni ganas de educarlos; viven en refugios más que viviendas u hogares, con incomodidad, hacinamiento, promiscuidad o incluso violencia familiar, en suma lugares a los que más vale retrasar el regreso lo máximo posible.

            Tres: Las instituciones en las que están matriculados tienen un pésimo nivel educativo, cultural, científico y tecnológico, de manera que con asistir un par de horas a clase por semana o, máximo, por día, tienen más que suficiente para aprobar los cursos, y son estafados por aquellas porque les dan un título mal llamado “profesional” con el que medrar en un sub-mercado de trabajo menos que mediocre, con bajos salarios y ninguna exigencia de eficiencia ni de calidad.

            Ante esas causas del fenómeno, ¿qué podemos hacer los residentes del barrio? Son causas estructurales, no coyunturales ni transitorias. Se requiere un cambio estructural de la sociedad en su conjunto para eliminarlas. Pero, veamos qué podemos hacer. Primero, ataquemos a los causantes del problema en nuestro ámbito de residencia.

            Es altamente lamentable y fuertemente criticable y reprochable que sean las instituciones cuya función es elevar el nivel cultural de los ciudadanos las que provocan el deterioro del nivel de vida justamente en su ámbito de influencia.

            Las instituciones de las que -al parecer- salen esos sujetos son tres  “universidades”: Salesiana, Católica y Escuela Politécnica Nacional, y un colegio: Manuela Cañizares.

            Los directivos de aquellas seguramente eludirán su responsabilidad con el argumento que aquella se reduce a la conducta de sus matriculados en el interior de los predios de las mismas, pretendiendo olvidar que su responsabilidad -pagada por todos los ciudadanos- es educar a sus alumnos para desempeñarse en la sociedad,  no en el interior de los predios.

            En los años sesenta del siglo pasado, un muy prestigioso Inspector, profesor de Educación Física y entrenador de atletismo del Colegio Nacional Mejía salía a los alrededores del plantel a controlar a los alumnos que se fugaban de clase, ingresaba al Cine América, hacía encender las luces y -correa en mano- sacaba a los estudiantes y les obligaba a regresar a clase, en donde el profesor respectivo ya se encargaría de ajustarles las cuentas. Ese sí que era un educador, ya que además de ser excelente profesor se preocupaba de sus alumnos en sus actividades externas. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué lástima los actuales!

            Esos ignorantes matriculados no saben que las veredas son diseñadas y construidas para facilitar y proteger la actividad peatonal dinámica, fluida; para desplazarse, movilizarse, no para permanecer, no para “estar”, apoltronarse y estancarse impidiendo la circulación. Se sientan en círculos en la vereda a beber y escandalizar obligando a los peatones decentes a bajarse a la calzada poniendo en peligro sus vidas y las de los motoristas. ¡Ignorancia y delito simultáneamente! O sea que se comportan exactamente igual que vulgares perros callejeros, que se sientan, revuelcan, saltan moviendo el rabo, duermen en la vereda y desocupan bajo un árbol. ¡Que vergüenza!

            Si aquellos matriculados fuesen realmente estudiantes y tuviesen una educación y entrenamiento intensivos no tendrían tiempo para pasarlo en las calles. Es inconcebible que estudiantes universitarios pasen desde las diez de la mañana hasta las mismas de la noche, de lunes a viernes en la calle, alcoholizándose y peleando. Los estudiantes de verdaderas universidades pasan estudiando, investigando, leyendo y escribiendo no menos de doce horas diarias, y los de colegios serios igual.

            Así que primero debemos demandar a los directivos de dichas instituciones por estafar a sus matriculados y agredirnos a los que residimos en su ámbito de influencia.

            Ya en octubre del 2019 y en junio de este año, dos “universidades” -la Salesiana y la Católica- nos agredieron al albergar hordas de terroristas y vándalos en los predios -que todos los ciudadanos financiamos con nuestros impuestos- para que, desde ellos, nos aterrorizaran con sus desmanes; encubiertos con el membrete de campesinos e indígenas -que no lo son, porque ni los campesinos ni los indígenas destruyen árboles ni los incendian, porque para ellos son sagrados, así como para nosotros y para todos los habitantes decentes de este planeta-. Si existiese un sistema judicial justo y eficiente en este desventurado país podríamos ejercer nuestro derecho de demandar a esas dos instituciones por daños, perjuicios y atentado a nuestra salud física y emocional. ¡Que espantosos, mediocres e hipócritas demuestran ser sus dirigentes y comunidades “religiosas”! Tampoco tienen la menor idea de lo que significa la Simbología del Espacio, que implica que los espacios transmiten símbolos, ideas, emociones e imágenes a los ciudadanos, y en el caso que se analiza, en lugar de que el ámbito de tres universidades transmita y signifique una idea de dignidad, cultura, ciencia y tecnología, forma en la mente de los ciudadanos la idea de un antro de perdición.

            Ya estoy imaginándome un diálogo entre dos amigos que viven en otro barrio de la ciudad, o en otra ciudad:

- “Chuta, hermano, tengo que irme a la Católica…

- ¡Estás loco! ¿No puedes hacer la gestión por Internet? Allá hay que ir con mascarilla, bien acompañado, con las manos en los bolsillos y caminar con cuidado porque no se puede transitar por las veredas. Espera un poco, voy a buscar otros dos amigos para acompañarte. Si hasta los muertos se agarran duro a la cama para que no les lleven a

velar a ese sector y dicen “allá no voy ni muerto”. Y hay que ir con las narices full tapadas”.

            A esa situación estamos llegando.

 

            Tal vez una carta firmada por los presidentes de las asambleas de copropietarios, o por todos los residentes, dirigida a los medios de comunicación, a los dirigentes de aquellas instituciones, a la ciudadanía del país y del mundo para denunciar el pésimo nivel educativo de las mismas podría tener algún efecto positivo. A ver si escarmientan.

            Luego, podríamos actuar directamente. Por ejemplo, es claro que las hordas de beodos en las horas de la noche se ocultan al amparo de la oscuridad, bajo un árbol o una marquesina. Ante lo cual, al detectar su presencia podríamos encender desde los pisos altos potentes reflectores que deslumbren a los borrachos y los alejen. Claro que no vamos a proceder como los “indígenas” a cortar los árboles bajo los que se ocultan. Durante el día podríamos arrojarles agua o salir a “regar la vereda”. En suma, tenemos que hacer acto de presencia y apoderarnos de nuestros espacios públicos, para cuya construcción y mantenimiento pagamos nuestros Impuestos, o sea que nos pertenecen y están siendo invadidos, emporcados y destruidos por los borrachos. Podríamos incluir en los reglamentos de los edificios la función de los conserjes y guardias -previo entrenamiento y provisión de equipamiento- para que alejen a los indeseables.

            He escuchado que en una tienda cercana venden un litro de licor a 75 centavos. Es obligación de los inspectores municipales de Sanidad recorrer periódicamente los locales para controlar la limpieza, calidad y precio de los productos; pero si son sobornados a cambio de dos frascos de licor no podemos hacer nada. Al fin y al cabo, los vendedores cumplen dos objetivos al hacer aquello: obtienen dinero para alimentar a sus hijos y, de paso, reducen la competencia que ellos tendrán a la hora de buscar trabajo, embruteciendo a sus clientes.

            No debe pasar inadvertido para los residentes que no solamente peligra su salud física y emocional, sino que también se deteriora su economía, puesto que la situación descrita desvaloriza día a día el precio de los departamentos, a pesar de que simultáneamente suben los impuestos a pagar a un Municipio voraz e inútil[3]. ¿Quién va a comprar un departamento en un barrio deteriorado y con imagen de antro de perdición? A menos que se lo venda a precio de gallina con pepa.



[1]Arquitecto. Magíster en Historia. PhD en Urbanismo Ecológico

[2]No debería llevar ese nombre: Juan Montalvo relata la historia espantosa de ese “General”. El

nombre debería ser Avenida Juan Montalvo.

 

[3]Este año he pagado el doble por impuestos municipales. ¿Hemos recibido el doble de servicios?NO. Entonces el Municipio nos está robando.