martes, 19 de septiembre de 2023

¡EL PROCESO DE DEGRADACIÓN AMBIENTAL DEL DISTRITO METROPOLITANO DE QUITO!

¡EL PROCESO DE DEGRADACIÓN AMBIENTAL DEL DISTRITO METROPOLITANO DE QUITO!

¡Los hombres, que presumen de “sapiens”, no escarmientan!




El 16 de septiembre del año 2015 (¡hace ocho años!) escribí un artículo en el que analizaba y describía los fenómenos físicos, químicos, biológicos, ambientales y sociales que explican los incendios en las áreas verdes y boscosas dentro y junto al perímetro urbano de las ciudades del mundo.[1]

            Todos los años, en todo el mundo, en invierno se producen tormentas de nieve, crecen los caudales de los ríos provocando inundaciones devastadoras en las áreas urbanas y, en verano, sequías que generan hambrunas e incendios, además de huracanes, tifones y ciclones, también devastadores. Los seres humanos se limitan a reparar un poco los daños, limpiar las casas, enviar flotas de helicópteros a apagar los incendios, despejar la nieve de carreteras, calles y veredas; enviar un poco de alimentos a las áreas afectadas por las sequías, encogerse de hombros y encomendarse a sus divinidades respectivas. Y el siguiente año, lo mismo de lo mismo.

            Hace 51 años (1972) los científicos[2]advirtieron que el funcionamiento del sistema económico mundial está conduciendo a la afectación irreversible de las condiciones de vida de los seres humanos en el planeta, y han especificado las causas inmediatas y mediatas. Pero además de “cumbres mundiales” que no sirven para nada, aquel funcionamiento económico, modos de vida y costumbres, no cambian sino que empeoran.

            Treinta años después, analizando lo que había ocurrido en el lapso transcurrido, volvieron a advertir lo que se venía[3]:

 

“...seguimos sin percatarnos plenamente de que si no se producen cambios substanciales en nuestros hábitos egoístas y derrochadores, esos riesgos se convertirán en situaciones muy peligrosas, prácticamente irreversibles e imposibles de gestionar a favor de todos...

...La magnitud del actual consumismo muestra desde hace tiempo que necesitaríamos contar con más de un planeta Tierra para poder mantener, de este modo, los afanes de gran bienestar material por parte de los más privilegiados...

...los condicionamientos ecológicos globales (asociados al uso de recursos y a las emisiones) ejercerían una influencia significativa en los fenómenos mundiales a lo largo del siglo XXI... hasta el punto de que la calidad de vida media declinaría en algún momento dado a lo largo del siglo XXI...

...LTG [Los Límites al Crecimiento, se refieren al libro anterior] propugnaba una innovación social profunda y activa a través del cambio tecnológico, cultural e institucional con el fin de evitar un aumento de la huella ecológica de la humanidad que superara la capacidad de carga del planeta Tierra...

...el mundo se halla en fase de extralimitación. Ahora se sabe que la producción per cápita mundial de cereales tocó techo a mediados de la década de 1980[4]. Las perspectivas de un aumento significativo de la producción pesquera marítima se han esfumado. Los costes de las catástrofes naturales aumentan...

...el clima mundial se está alterando a causa de la actividad humana...” (Págs. 13-25)

 

            Cincuenta y un años después, sigue la parranda y la francachela, la fiesta, las bebilonas y comilonas, las toneladas de comida tiradas a la basura, las toneladas de residuos plásticos tirados a los ríos y conducidos al mar, etc., etc., lo que significa -en palabras crudas pero reales- que los actuales e inmediatos padres y madres dicen a su hijos: “sé muy bien que lo vas a pasar fatal, pero ahora es mi momento de divertirme, tú ya te salvarás como puedas”.

            

            Ahora voy a relatar muy minuciosamente la secuencia en el tiempo secular del proceso histórico que ha provocado -como uno de sus efectos- los incendios en las áreas verdes y boscosas del Distrito Metopolitano de Quito. Todos están buscando la causa inmediata: el fósforo o el que arrojó el fósforo. Pero el bueno de Aristóteles ya nos enseñó hace 2.350 años que a los fenómenos hay que estudiarlos en cuatro niveles: sus elementos, su estructura, el origen del movimiento y la finalidad. Y el filosófo griego se quedaba corto en el análisis de las causas de cualquier fenómeno, porque no veía el sistema del que forma parte. Voy a exponer -de manera muy resumida- la secuencia temporal.

            Los españoles invadieron el continente con el que, casualmente, se tropezó Cristóbal Colón, no lo “descubrió” sino que se tropezó casualmente con él. Todavía hay historiadores que usan la palabra “conquista”, que realmente significa convencimiento o engatusamiento. No hubo ninguna conquista, sino invasión  y saqueo a sangre y fuego. Al igual que los ingleses no conquistaron la India, los holandeses no lo hicieron con SudÁfrica, los europeos no lo hicieron con todo el continente africano, etc., todos ellos invadieron, robaron y saquearon a sangre y fuego. Nada de conquista. Los españoles destruyeron el sistema económico, la cultura y el hábitat Andinos, con lo que empezó la tragedia ambiental.[5]

            Los españoles destruyeron la estructura del manejo Andino de la tierra, e introdujeron el sistema feudal, con los encomenderos, que esclavizaron la mano de obra indígena. Ese sistema inició la degradación del suelo Andino.

            En la época republicana, los encomenderos cambiaron su nombre a “hacendados”, pero el sistema económico y de manejo de la tierra continuó igual. O sea que continuó la degradación del medio ambiente y la destrucción de la biodiversidad.   Al hacerse dominante el sistema económico capitalista de mercado, los hacendados fueron incapaces de insertarse en el mismo, motivo por el cual las producciones agrícola y ganadera se fueron haciendo cada día más deficitarias, depredadoras de la tierra, empobrecedoras de los indígenas e incapaces de suministrar alimento para la creciente población.

            El sistema capitalista introdujo la maquinaria y la química en la agricultura, con lo cual en la misma área de terreno fue posible producir un mayor volumen de alimentos y con menos mano de obra; claro, degradando más el escaso suelo utilizado y arrojando al desempleo a los trabajadores. O sea que, en demostración de la validez de la teoría del bueno de Carlitos Marx, las fuerzas productivas superaron a las relaciones de producción, y el sistema de hacienda se hizo obsoleto.

            Ante el evidente y ya insostenible atraso del sistema de hacienda, en 1964 la Junta Militar de Gobierno conformada por el contraalmirante Ramón Castro Jijón, generales Marcos Gándara Enríquez y Luis Cabrera Sevilla, y el coronel Guilllermo Freire Posso dictó la Ley de Reforma Agraria y la Ley de Tierras baldías y colonización. Esto significó, en términos generales, la desmembración de las haciendas en pequeños lotes (husipungos) que pasaron a propiedad de los campesinos.

            La población siguió creciendo y el volumen y calidad de los alimentos siguieron decreciendo. Pero los indígenas, ya huérfanos de su cultura ancestral, fueron incapaces de hacer producir la tierra para atender a la creciente demanda. Como creció la población, igual lo hizo la demanda de vivienda, y funcionó a la perfección la fórmula capitalista de la oferta y demanda: las tierras improductivas o de baja productividad aledañas a las ciudades perdieron valor para la agricultura pero creció su valor como tierra urbana para la satisfacción de la demanda de vivienda. De manera que la tierra agrícola, que se vendía por hectáreas, se conviritó en tierra urbana que se compraba por metros cuadrados.

            En ese contexto, las clases “altas” comenzaron un proceso de movilidad residencial, ahora denominado gentrificación. Deseosos de “alejarse de los longos”, primero abandonaron sus casonas del Centro Histórico de Quito y se implantaron en el barrio La Mariscal; luego, empujados por los “longos de la pequeña burguesía” que se apropiaron de las calles del barrio, aquellas mismas clases emigraron a la Av. González Suárez, previo cambio de uso del suelo decretado por el Alcalde Durán Ballén a pesar de los informes geológicos en contra que advertían de la peligrosidad de realizar construcciones en altura en dicho sector. Luego decidieron “ir a vivir al campo” y comenzaron a instalarse en los valles de Tumbaco y Los Chillos, también previo el cambio de uso del suelo permitido por la Ordenanza 1353 emitida por el mismo alcalde, que permitió la fragmentación de la tierra eminentemente agrícola de los valles en lotes de 300 metros cuadrados. El precio de dichos lotes bajaba cada día debido al pésimo manejo por parte de los campesinos y, simultáneamente subía por la demanda de vivienda de la población de las ciudades. Baja utilidad para la agricultura, alta demanda para la vivienda urbana. Así que los campesinos solucionaron su hambre vendiendo a bajos precios sus lotes improductivos a los ciudadanos ricos que querían salir de la ciudad.

            También, desde 1967, empezó la explotación y exportación del petróleo del oriente del Ecuador, lo que dejó ganancias en las clases medias y altas de las ciudades, especialmente Quito. De manera que dichas clases sociales pudieron marcharse a construir sus viviendas -desde mansiones de las clases altas hasta “casitas” de las clases medias- en el bucólico afán de alejarse de las ciudades e “ir a vivir y disfrutar del campo”.

            Sin considerar el origen domiciliario de sus clientes, pero para implantarse en las zonas de “moda” y “prestigio” de los valles, las empresas privadas de establecimientos educativos también abandonaron sus instalaciones en el valle alto de Quito y se instalaron en los valles orientales de la ciudad. Es patético mirar cada día el cordón amarillo de los buses de estudiantes bajar por la mañana a sus establecimientos “educativos” y subir por la tarde a sus residencias en el valle alto de Quito.

            Ante la avalancha de gente “pudiente” en los valles orientales, los supermercados y centros comerciales hicieron lo mismo que las empresas educativas. Y esto, hasta tal nivel de irrespeto y desprecio de los intereses de la colectividad que en dos sitios (a saber) se convirtió en privado el espacio público. En efecto, en la alcaldía de Augusto Barrera se amplió la Vía Interoceánica desde su acceso a Cumbayá hasta el puente sobre el río San Pero, contra todos los resultados arrojadas por estudios técnicos cuantitativos que demostraban que -en una proyección a diez años- no era necesaria dicha ampliación; pero era fundamental para facilitar la accesiblidad de los futuros clientes a dos centros comerciales cuya construcción se estaba iniciando. El atentado llegó a la agresión y apropiación del espacio público al convertir la vía pública en privada para el acceso a uno de aquellos, y al construir un paso elevado peatonal de pésimo diseño -horrendo, un verdadero bodrio- desde el interior del otro centro comercial hasta el de una universidad privada, pasando por el medio y en altura de la última calle peatonal propia de la imagen urbana de la cabecera parroquial de Cumbayá.

            En síntesis, una anarquía total en el uso y ocupación del suelo, con el Municipio mirando para otro lado o recibiendo coimas de los urbanizadores, empresas constructoras  y especuladores del suelo. Que el diablo averigüe y ponga en la última paila del infierno a los culpables.

            Si en Quito cada familia de clase alta y media alta tenía un vehículo (y no necesitaba ninguno), al implantarse en los valles “necesitó” tres, lo que exlica el aumento demencial de la tasa de motorización del Distrito; para enriquecimiento de ensambladoras, importadoras, empresas petroleras y distribuidores de combustibles; y para deterioro de la salud de toda la población y del ambiente de todo el territorio.

            De esta manera, toda aquella masa inconsciente de población y muy consciente de comerciantes de la educación y de los bienes y servicios, necesitó la construcción de carreteras, su pronta ampliación y multiplicación; lo cual fue gozosamente atendido por las empresas constructoras y jubilosamente tramitado por  las “autoridades” municipales. Así que se cruzaron los valles orientales y su comunicación con el valle alto de Quito con cicatrices horrendas de carreteras en una red cada día más densa, tupida y, lo que es peor, inútil, puesto que se ha demostrado desde la invención del automóvil que si se facilita la movilidad, esta se multiplica y extiende sin fin, lo que fue expresado por el urbanista Lewis Mumford con la frase: “ampliar el número de vías de una autopista para reducir la congestión vial, es como ampliar la cintura de los pantalones para reducir la obesidad”. Lo correcto es desmotivar o desalentar la movilidad mediante la construcción de equipamiento barrial. De las 32 transferencias urbanas motorizadas, solamente es imposible evitar una: la transferencia vivienda-trabajo, y esta debe realizarse mediante transporte institucional y público, encareciendo el transporte privado en automóvil con uno o dos ocupantes, para desalentarlo. Las otras transferencias deben resolverse en cada barrio. Pero no, imposible, la racionalidad no es propia de la especie homo “sapiens”.




Se destruyó el Volcán Ilaló con carreteras de diseño burdo y grotesco; y, para mayor y sangrienta ironía, a una de ellas la llamaron Ruta “Viva”.

            Existen dos tipos de vías: las desplazadoras y las implantadoras. Las primeras sirven exclusivamente para -como su nombre lo indica- desplazar gente, bienes y servicios entre ciudades o establecimientos humanos de distintos tipos y jerarquías. Por ejemplo, la antigua carretera Quito-Lago Agrio.

            Pero, a medida que aumentan la frecuencia y la intensidad de los intercambios que esas vías facilitan, se van implantando actividades en la orilla las mismas, o sea que se va ocupando el espacio entre las dos ciudades que comunican. En el caso del ejemplo, a media distancia ente Quito y Lago Agrio, se implantó una pequeña caseta de madera para satisfacer la sed de los viajantes, en la cual una campesina vendía agua mineral, colas, sánduches y bienes similares. Poco a poco creció el establecimiento, en tal magnitud que ahora es una ciudad. O sea que la vía desplazadora se convirtió en implantadora: se ocupó el espacio a la orilla de la misma y se implantaron actividades.

            Un fenómeno similar se produjo en las vías que, en un inicio solamente comunicaban Quito con Cumbayá y Tumbaco, y Quito con Sangolquí. Al modificarse su trazado y ampliarse para posibilitar el tráfico rápido pesado y liviano, no tardó mucho en ocuparse el espacio a la orilla de las mismas, primero con vulcanizadoras, tiendas de refrescos, luego con gasolineras y finalmente con viviendas, conjuntos residenciales y de edificios multifamiliares; sin ningún conocimiento de los procesos económicos, ni socio-espaciales ni ambientales y sin ninguna planificación, sino todo al desgaire de la ambición especuladora del suelo, de las empresas inmobiliarias, de la ligereza (o desesperación por conseguir una vivienda), o bajo nivel cultural de los compradores y de la irresponsabilidad de los municipios.

            El Valle de los Chillos tenía características ecológicas de gran calidad para la agricultura y la ganadería, era una zona de alta productividad que suplía las demandas de alimentos de Quito y su región. Esto fue deteriorándose a partir de la construcción de una vía de velocidad que lo atravesó longitudinalmente desde la carretera Panamericana sur, con el objetivo de evitar que los vehículos procedentes de las provincias del sur del país atraviesen el Centro Histórico de Quito, y que circulen por los valles orientales hasta conectarse con la Panamericana Norte o que ingresen a Quito por corredores laterales desde los valles. La segunda intervención fue la construcción de la Autopista General Rumiñahui (pobre líder indígena, nunca sabrá que con su nombre se desalojó a los campesinos de sus tierras). Estas dos carreteras transformaron las tierras agrícolas en urbanas ya que nunca la rentabilidad agrícola de la pequeña y mediana propiedad podrá competir con la rentabilidad urbana, a pesar de la calidad agrícola de la tierra.

            Los actuales pobladores de los valles orientales hacen recorridos de una hora o más, temprano en la mañana para ir a Quito a su trabajo o a buscar equipamientos que deberían estar ubicados dentro de sus barrios a una distancia de recorrido peatonal; y otra hora por la noche para regresar a sus “bucólicas fincas campestres”. Este fenómeno es obvio y conocido desde hace más de un siglo: al aumentar la movilidad baja la accesibilidad, es decir que se alargan los tiempos de viaje y es más difícil acceder a los destinos de los mismos. 

            Y los “nuevos campesinos” -puesto que “ya viven en el campo”- ni se percatan de las consecuencias inmediatas y a largo plazo que sus viajes provocan en toda la población. Y día tras día van viendo cómo los románticos campos que vinieron a buscar se van convirtiendo en tugurios espantosos peores que los que no hace mucho abandonaron.

            De manera que las zonas de producción de los alimentos, y graneros de Quito, los valles orientales alrededor del Volcán Ilaló, fueron urbanizados previa la tala de los árboles y la destrucción del ambiente.

            Para facilitar todo ese desbarajuste y anarquía, las clases sociales tantas veces mencionadas pusieron alcaldes propios que facilitaron y legalizaron el caos.

            Similar proceso se produjo en las laderas del Pichincha, pero inicialmente por parte de traficantes de tierras, luego mediante la formación de cooperativas de gente humilde y finalmente por especuladores del suelo. Se viabilizó la integración de los asentamientos mediante la construcción de la llamada Vía Occidental, a pesar de los informes geológicos negativos emitidos por la Escuela Politécnica Nacional, que alertó de la posibilidad de generación de deslaves; efectivamente, se produjeron cuatro muy graves. Nuevamente, el ejecutor fue el alcalde Sixto Durán Ballén. Aquella vía, en lugar de ser -como proclamó el alcalde- el cinturón de la ciudad, llevó la infraestructura hasta las laderas del Pichincha convirtiendo en urbanas las tierras aledañas. De inmediato y a la orilla de la carretera se construyeron los edificios multifamiliares San Carlos y, poco a poco se densificó toda la zona ya casi hasta las antenas del Pichincha.

            El ejecutor de la prolongación del área urbana hacia el norte fue el Coronel Oswaldo Vaca Lara, desde la Presidencia del Banco Ecuatoriano de la Vivienda, con la construcción de los edificios multifamiliares en Carcelén, cuando la ciudad terminaba en la cabecera norte del aeropuerto, dejando terrenos vacíos en medio, obviamente convirtiéndolos en urbanos y elevando su precio.

            Todos los ejemplos anteriores demuestran que, cuando una ciudad crece “a salto de rana”-como lo denominaron los técnicos que realizaron el Plan de Área Metropolitana de Quito de 1972-  es decir, dejando espacios vacíos entre el área urbana consolidada y la nueva, se eleva el precio de los espacios intersticiales y se convierten en urbanos, puesto que la infraestructura construida para abastecer a los espacios apartados atraviesa los vacíos. Esta es una política típica de los especuladores del suelo, con el contubernio de alcaldes, concejales y funcionarios municipales. Provoca la ampliación irracional del área urbana con bajas densidades, obliga a la construcción y ampliación eterna de las vías y de la infraestructura de agua potable, alcantarillado, energía eléctrica, telefónica (y ahora, de Internet) con la obvia alza de las tarifas; alarga los recorridos, dificulta la accesibilidad y destruye los espacios verdes y arborizados, en suma, degrada el hábitat.

            Para rematar y legalizar el desbarajuste, el caos y el atentado a la calidad de vida de los ciudadanos, en la alcaldía de Rodrigo Paz Delgado se emitió la ley de Distrito Metropolitano de Quito, que amplió el área urbana prácticamente desde Machachi hasta Calacalí y desde el Pichincha hasta Checa. Con lo cual todo ese territorio puede ser encementado, asfaltado, cruzado por carreteras, cortados y desbancados los montes, secados los arroyos, rellenadas las quebradas, todo árbol puede ser cortado y toda biodiversidad puede ser eliminada para permitir la presencia única de la especie más destructora y depredadora de la naturaleza: el mono desnudo bobalicón y voraz.

            Con una visión simple de la realidad se podría creer que si aumenta la población por lógica elemental debe aumentar el área urbana. Pero no es así, esas dos variables no son necesariamente directamente proporcionales. El aumento de la población no es directamente proporcional al aumento del área urbana, no crecen al mismo ritmo. Por ejemplo, la ciudad de Barcelona, en España, tiene el triple de población que la ciudad de Atlanta, Georgia, EEUU y, sin embargo, su área es apenas el 30% del área de esta última ciudad. Esto se explica porque la densidad de Barcelona es 13 veces mayor que la de Atlanta.

             Otro ejemplo: La población de la ciudad de Quito es 1,2 veces mayor que la de Barcelona, pero ocupa un área equivalente a 3.7 veces el área de esta última, porque la densidad de Barcelona es 2,1 veces mayor que la de Quito; y nadie podría decir que Barcelona es una ciudad inhóspita, fea, con atmósfera irrespirable, ni nada parecido, sino todo lo contrario: Quito es inhóspita a pesar de -o debido a- que ocupa mayor área.

            Lo anterior se explica por una mejor planificación, diseño y manejo delterritorio.

            

            Este es el proceso que ha seguido la destrucción del hábitat de todo el territorio de la antes habitable ciudad de Quito, uno solo de cuyos fenómenos y consecuencias son los incendios de los pocos árboles, matorrales y hierbas que quedan, casi menos de los que yo tengo en la sala de mi casa, en proporción al área y al número de habitantes.

            El asfalto, el cemento y el CO2 no retienen humedad, como sí lo hacen las áreas verdes; los gases que expulsan los vehículos contribuyen al efecto invernadero que eleva la temperatura y, al concentrar las impurezas en el ambiente provocan un aumento de la morbilidad y mortalidad de los habitantes; los automovilistas no saben que sus pulmones están llenos de gasolina -tanta que corren peligro de volar por los aires al encender un cigarrillo; y, por último, es por demás conocido que los vándalos descuidados o asalariados de las empresas inmobiliarias queman las hierbas y árboles secos para facilitar la inmediata reversión de los suelos al uso urbano. Como a nadie le interesa ni se duele o preocupa por las áreas verdes -casi inexistentes- es más fácil prenderles fuego.

 

            Piensan los “padres y madres” de sus “hijos”: “sé muy bien que lo vas a pasar fatal, pero ahora es mi momento de divertirme, tú ya te salvarás como puedas”. Y eso los poquísimos que piensan, los otros, como perrito callejero, simplemente procrean “hijos”.

LMG.2023-09-09

 


[1]¿POR QUÉ HAY UNA PROLIFERACIÓN DE INCENDIOS EN LAS ÁREAS VERDES DEL DISTRITO METROPOLITANO DE QUITO? 2015-09-16.

[2]LIMITS TO GROWTH. LTG. Donella H. Meadows, Dennis L. Meadows, Jorge Randers y William W. Behrens III. Nueva York, Universe Books, 1972. México. Fondo de Cultura Económica.

[3]LOS LÍMITES DEL CRECIMIENTO 30 AÑOS DESPUÉS. Donella Meadows, Jorge Randers, Dennis Meadows. Galaxia Gutemberg. Círculo de Lectores. 2004.

[4]Y en estos días el criminal Putin está impidiendo la salida de los cereales ucranianos al resto del mundo.

[5]La calidad del sistema económico Andino y su sostenibilidad están descritos en mi libro: EL MANEJO DEL ESPACIO EN EL IMPERIO INCA, y en mi artículo: La computadora, ¿fue inventada en los Andes?