lunes, 17 de junio de 2019

LA GAZMOÑERÍA

LA GAZMOÑERÍA
Actitud de quien finge devoción o escrúpulos

En estos días se ha organizado y desatado un tremendo escándalo con ocasión de que la Corte Constitucional del Ecuador ha dado paso al matrimonio igualitario. Han puesto el grito en el cielo y anunciado el Apocalipsis desde la Conferencia Episcopal, “pastores de almas” de diversas confesiones, abogados y abogadas, hasta políticos fracasados en busca de la clientela que no tuvieron en las campañas electorales; sin faltar, obviamente los mensajes, dibujos y caricaturas superficiales, cursis, grotescos y groseros enviados por WhatsApp.
            Voy a intentar analizar con objetividad el problema.
1. LA HOMOSEXUALIDAD.
            La atracción sentimental y sexual entre individuos del mismo sexo ha sido un fenómeno tan o más antiguo que la historia escrita de la humanidad, y la han sentido personajes de enorme protagonismo histórico, como lo voy a citar más adelante. La longevidad y ubicuidad del fenómeno ha dado lugar a las más múltiples y diversas interpretaciones, actitudes y sanciones, entre ellas el ocultamiento y práctica clandestina, la sanción de la sociedad con la vergüenza para los que sienten aquella atracción y la expedición de leyes represivas, el castigo como un pecado y con la sanción inapelable del fuego eterno; luego la tolerancia, y finalmente –gracias a la investigación científica- la aceptación como un fenómeno natural.
            Concedamos la palabra a la ciencia. Por la importancia del tema voy a transcribir de manera extensa los descubrimientos científicos al respecto. La primera cita textual es tomada del libro de un historiador, y la segunda de un biólogo actualmente reconocido como una autoridad en su especialidad científica.

Muchos griegos modernos piensan también que una parte integral de ser hombre es sentirse atraído sexualmente sólo hacia las mujeres, o tener relaciones sexuales exclusivamente con el sexo opuesto. No consideran que esto sea un prejuicio cultural, sino una realidad biológica: las relaciones entre dos personas de sexos opuestos son naturales, y entre dos personas del mismo sexo, antinaturales. Pero, en realidad, a la madre Naturaleza no le importa si los hombres se sienten sexual y mutuamente atraídos. Únicamente son las madres humanas inmersas en determinadas culturas las que montan una escena si su hijo tiene una aventura con el chico de la casa de al lado. Los berrinches de la madre no son un imperativo biológico. Un número significativo de culturas humanas ha considerado que las relaciones homosexuales no solo son legítimas, sino incluso socialmente constructivas, siendo la Grecia clásica el ejemplo más notable. La Ilíada no menciona que Tetis tuviera ninguna objeción a las relaciones de su hijo Aquiles  con Patroclo. A la reina Olimpia de Macedonia, una de las mujeres más temperamentales y enérgicas del mundo antiguo, hasta el punto de mandar asesinar a su propio marido, el rey Filipo, no le dio ningún ataque cuando su hijo, Alejandro Magno, llevó a casa a cenar a su amante, Hefestión.
       ¿Cómo podemos distinguir lo que está determinado biológicamente de lo que la gente intenta simplemente justificar mediante mitos biológicos? Una buena regla empírica es: “La biología lo permite, la cultura lo prohíbe”. La biología tolera un espectro muy amplio de posibilidades. Sin embargo, la cultura obliga a la gente a realizar algunas posibilidades al tiempo que prohíbe otras. La biología permite a las mujeres tener hijos, mientras que algunas culturas obligan a las mujeres a realizar esta posibilidad. La biología permite a los hombres que gocen del sexo entre sí, mientras que algunas culturas les prohíben realizar esta posibilidad.
       La cultura tiende a aducir que sólo prohíbe lo que es antinatural. Pero, desde una perspectiva biológica, nada es antinatural. Todo lo que es posible es, por definición, también natural. Un comportamiento verdaderamente antinatural, que vaya contra las leyes de la naturaleza, simplemente no puede existir, de modo que no necesitaría prohibición. Ninguna cultura se ha preocupado nunca de prohibir que los hombres fotosinteticen, que las mujeres corran más de prisa que la velocidad de la luz o que los electrones, que tienen carga negativa, se atraigan mutuamente.
       En realidad, nuestros conceptos “natural” y “antinatural” no se han tomado de la biología, sino de la teología cristiana. El significado teológico de “natural” es “de acuerdo con las intenciones del Dios que creó  la naturaleza”. Los teólogos cristianos argumentaban que Dios creó el cuerpo humano con el propósito de que cada miembro y órgano sirvieran a un fin particular. Si utilizamos nuestros miembros  y órganos para el fin que Dios pretendía, entonces es una actividad natural. Si los usamos de manera diferente a lo que Dios pretendía, es antinatural. Sin embargo, la evolución no tiene propósito. Los órganos no han evolucionado con una finalidad, y la manera como son usados está en constante cambio. No hay un solo órgano en el cuerpo humano que realice únicamente la tarea que realizaba su prototipo cuando apareció por primera vez hace cientos de millones de años. Los órganos evolucionan para ejecutar una acción concreta, pero una vez que existen, pueden adaptarse asimismo para otros usos. La boca, por ejemplo, apareció porque los primitivos organismos pluricelulares necesitaban una manera de incorporar nutrientes a su cuerpo. Todavía usamos la boca con este propósito, pero también la empleamos para besar, hablar y, si somos Rambo, para extraer la anilla de las granadas de mano. ¿Acaso alguno de estos usos es antinatural simplemente porque nuestros antepasados vermiformes de hace 600 millones de años no hacían estas cosas con la boca?
       ... El mismo tipo de multitarea es aplicable a nuestros órganos y comportamientos sexuales. El sexo evolucionó primero para la procreación, y los rituales de cortejo como una manera de calibrar la adecuación de una pareja potencial. Sin embargo, en la actualidad muchos animales usan ambas cosas para una multitud de fines sociales que poco tienen que ver con crear pequeñas copias de sí mismos. Los chimpancés, por ejemplo, utilizan el sexo para afianzar alianzas políticas, establecer intimidad y desarmar tensiones. ¿Acaso esto es antinatural?
SEXO Y GÉNERO
       Así pues, tiene poco sentido decir que la función natural de las mujeres es parir, o que la homosexualidad es antinatural. La mayoría de las leyes, normas, derechos y obligaciones que definen la masculinidad o la feminidad reflejan más la imaginación humana que la realidad biológica... (SAPIENS. DE ANIMALES A DIOSES. Yuval Noah Harari. Págs. 167-170)

                  Creo que cabe enfatizar específicamente en tres frases:
-        “... en realidad, a la madre Naturaleza no le importa si los hombres se sienten sexual y mutuamente atraídos...”
-        “...Un comportamiento verdaderamente antinatural, que vaya contra las leyes de la naturaleza, simplemente no puede existir, de modo que no necesitaría prohibición...”
-        “...tiene poco sentido decir que la función natural de las mujeres es parir, o que la homosexualidad es antinatural. La mayoría de las leyes, normas, derechos y obligaciones que definen la masculinidad o la feminidad reflejan más la imaginación humana que la realidad biológica...”
            A continuación, las opiniones basadas en la biología:

La comprensión naturalista de la moralidad no lleva a preceptos absolutos y juicios seguros, sino que en cambio advierte en contra de basarlos ciegamente en dogmas religiosos e ideológicos. Cuando dichos preceptos se descarrían, que suele ser a menudo, por lo general se debe a que se basan en la ignorancia. Algún o algunos factores importantes se omitieron involuntariamente durante la formulación.
       Consideremos, por ejemplo la prohibición papal de la contracepción artificial. La decisión la tomó (con buenas intenciones)  una persona, Pablo VI, en su encíclica de 1968 Humanae vitae. La razón que dio parece en principio totalmente razonable. Dios, postulaba, pretende que las relaciones sexuales se limiten al propósito de concebir niños. Pero la lógica de la Humanae vitae es errónea. Deja fuera un hecho fundamental. Abundantes pruebas procedentes de la psicología y de la biología reproductiva, gran parte de ellas obtenidas desde la década de 1960, han revelado que las relaciones sexuales tienen otro propósito adicional. Las hembras humanas tienen los genitales externos ocultos y así no anuncian el estro, con lo que difieren de otras especies de primates. Tanto hombres como mujeres, cuando están unidos, insisten en las relaciones sexuales continuas y frecuentes. La práctica es adaptativa desde el punto de vista genético: asegura que la mujer y su hijo  tengan la ayuda del padre. Para la mujer, el compromiso que aseguran las relaciones sexuales placenteras es importante, incluso vital en muchas circunstancias. Los niños humanos, para adquirir un cerebro organizado y grande y una inteligencia elevada,  han de pasar por un período insólitamente largo de desamparo durante su desarrollo. La madre no puede contar con el mismo nivel de respaldo procedente de la comunidad, incluso en sociedades de cazadores-recolectores fuertemente cohesionadas, que el que obtiene de una pareja con la que está vinculada sexual y emocionalmente.
       Un segundo ejemplo de ética dogmática envilecida por falta de conocimiento es la homofobia. El razonamiento de base es en gran parte el mismo de la oposición a la contracepción artificial: el sexo que no está dirigido a la reproducción ha de ser una aberración y un pecado. Pero hay abundantes pruebas que indican lo contrario. La homosexualidad comprometida, de la que la preferencia aparece en la infancia, es heredable. Esto significa que el rasgo no siempre está fijado, pero parte de la mayor probabilidad de que una persona se desarrolle para devenir homosexual está prescrita por genes que difieren de los que conducen a la heterosexualidad. Además, se ha visto que la homosexualidad influida por la herencia existe en poblaciones de todo el mundo con demasiada frecuencia para ser debida únicamente a mutaciones. Los genetistas de poblaciones emplean una regla empírica para explicar la abundancia a este nivel: si un rasgo no puede deberse únicamente a mutaciones aleatorias, y aun así reduce o elimina la reproducción en los que lo presentan, entonces dicho rasgo ha de ser favorecido por la selección natural que opera sobre un objetivo de algún otro tipo. Por ejemplo, una dosis baja de genes que tienden a la homosexualidad puede conferir ventajas competitivas a un heterosexual practicante. O bien la homosexualidad puede conferir ventajas al grupo mediante talentos especiales, cualidades de personalidad insólitas y los papeles y profesiones especializados que genera. Existen abundantes pruebas de que tal es el caso, tanto en sociedades prealfabetizadas como en las modernas.
       Sea como sea, las sociedades se equivocan al censurar la sexualidad porque los gays tienen preferencias sexuales diferentes y se reproducen menos. Por el contrario, su presencia debiera valorarse por aquello que aportan de forma constructiva a la diversidad humana. Una sociedad que condena la homosexualidad se daña a sí misma.
       Hay un principio que aprender cuando se estudian los orígenes biológicos del comportamiento moral. Y es que fuera de los preceptos éticos más claros, como la condena de la esclavitud, el maltrato infantil y el genocidio, a los que todos estaremos de acuerdo en que hay que oponerse en todas partes y sin excepción, hay un amplio ámbito gris por el que es intrínsecamente difícil moverse. La declaración de preceptos y juicios éticos que se hace a partir de ellos requiere saber muy bien por qué nos preocupa el asunto, de una u otra manera, y ello incluye la historia biológica de las emociones implicadas. Esta investigación todavía no se ha hecho. En realidad, apenas se ha imaginado siquiera.
       Con un mayor conocimiento de nosotros mismos, ¿cómo nos sentiremos con respecto a la moralidad y al honor? No me cabe ninguna duda de que en muchos casos, quizá en la gran mayoría, los preceptos que hoy en día comparten la mayoría de las sociedades resistirán la prueba del realismo basado en la  biología. Otros, como la prohibición de la concepción artificial, la condena de la orientación homosexual y los matrimonios obligados de muchachas adolescentes, no la resistirán. Sea cual sea el resultado, parece claro que la filosofía ética se beneficiará de una reconstrucción de sus preceptos sobre la base tanto de la ciencia como de la cultura. Si esta mayor comprensión equivale al “relativismo moral” que con tanto fervor desprecian los doctrinalmente virtuosos, que así sea... (LA CONQUISTA SOCIAL DE LA TIERRA, Edward O. Wilson, Págs. 294-296)

            Al igual que en el caso anterior, creo que cabe enfatizar específicamente en las siguientes frases:
-        La necesidad de una “comprensión naturalista de la moralidad”
-        No basar la moralidad “ciegamente en dogmas religiosos e ideológicos”
-        La necesidad de un hogar estable y equilibrado debido a que “Los niños humanos, para adquirir un cerebro organizado y grande y una inteligencia elevada,  han de pasar por un período insólitamente largo de desamparo durante su desarrollo.”
-        La homofobia es una “ética dogmática envilecida por falta de conocimiento”
-        “...parte de la mayor probabilidad de que una persona se desarrolle para devenir homosexual está prescrita por genes que difieren de los que conducen a la heterosexualidad...” (Subrayado mío).
-        “...la homosexualidad puede conferir ventajas al grupo mediante talentos especiales, cualidades de personalidad insólitas y los papeles y profesiones especializados que genera. Existen abundantes pruebas de que tal es el caso, tanto en sociedades prealfabetizadas como en las modernas.”
-        “...las sociedades se equivocan al censurar la sexualidad porque los gays tienen preferencias sexuales diferentes y se reproducen menos. Por el contrario, su presencia debiera valorarse por aquello que aportan de forma constructiva a la diversidad humana. Una sociedad que condena la homosexualidad se daña a sí misma.” (Subrayado mío)
-       “...la prohibición de la concepción artificial, (y de la contracepción artificial), la condena de la orientación homosexual y los matrimonios obligados de muchachas adolescentes...” no resistirán las pruebas del realismo basado en la biología.
-        “...parece claro que la filosofía ética se beneficiará de una reconstrucción de sus preceptos sobre la base tanto de la ciencia como de la cultura...”
-       “Si esta mayor comprensión equivale al “relativismo moral” que con tanto fervor desprecian los doctrinalmente virtuosos, que así sea...” (Subrayado mío). Los “doctrinalmente virtuosos” son los gazmoños.

2. LAS INSTITUCIONES Y PERSONAS QUE ANUNCIAN EL FIN DEL MUNDO POR EL MATRIMONIO IGUALITARIO. ¿Quiénes son y, Por qué les preocupa el asunto?
            Personalmente me llama mucho la atención y me provoca repudio la actitud de jerarcas religiosos, curas párrocos o de garaje arrendado y “fieles” seguidores de los anteriores, que se “rasgan las vestiduras” ante la homosexualidad y la resolución de la Corte Constitucional. Anatemizan a la homosexualidad con varios calificativos, entre otros, el de “pecado nefando”, “repudiable inmoralidad”, “comportamiento anti-natural”, y otros, cada cual más terrorífico y falso que el anterior.
            Vamos a ver. ¿Por qué me llaman la atención y me provocan repudio esos comportamientos? Primero, referido a los jerarcas  religiosos, curas párrocos o de garaje arrendado, en estos mismos momentos y en todo el mundo son acusados de violaciones a sus mismos compañeros de seminario, y a niños y niñas atraídas a sus iglesias con engañosas ofertas de cursos de catecismo o coros parroquiales. Incluso los más altos jerarcas, cardenales, han sido condenados por cometer estos delitos. Con la demostración del cometimiento de, esos sí, delitos antinaturales y nefandos, ¿de dónde sacan “cara” y tiempo para condenar a los demás? Tienen una viga de tamaño kilométrico en sus ojos y se escandalizan por una brizna de polvo –además imaginada-  en el ojo de los demás.
            Pero el comportamiento y la opinión de estos personajes me preocupa menos puesto que todas las religiones y las iglesias ya tuvieron miles de años de oportunidad para cumplir con su obligación, han fracasado estruendosa y vergonzosamente en su supuesta misión de rectores y guías de la humanidad, están en franca retirada y próxima desaparición y su influencia en la sociedad es poco menos que nula. Jamás han influido en la sociedad más que para mover a la población ignorante y fanatizada a masacrar a los que piensan diferente. No puedo olvidar que el ex-Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, ante una pregunta referida al comportamiento de un delincuente, alto funcionario del régimen anterior y hoy felizmente reducido a prisión, le santificaba con esta frases: “es un buen católico de misa frecuente”. ¿Acaso esa frase no pone en evidencia la gazmoñería del que la pronunció?
            Segundo, y más importante que los anteriores puesto que constituyen una enorme mayoría de la población y tienen un gran impacto en la sociedad, los “fieles” de aquellos, a los que se suman los que se auto proclaman laicos, agnósticos y ateos; y que, curiosamente, han olvidado sus diferencias, han cerrado filas contra la resolución, han roto lanzas contra los homosexuales y están dispuestos a volver a sumirlos en el oprobio social y la clandestinidad.
            Debemos “saber muy bien por qué nos preocupa el asunto”. ¿Cuál es la amenaza que, supuestamente, pende sobre la familia y la sociedad, y el peligro apocalíptico que anuncian si la resolución se institucionaliza finalmente?
            Sostienen que significaría el fin de la familia y, por ende, la destrucción de la sociedad. Es increíble el enorme poder que suponen y adjudican a los homosexuales: ¡Ellos lograrían lo que no lo ha conseguido la inclemente explotación laboral de padres, esposas e hijos por parte de las clases dominantes a lo largo de la historia, que lanza a las calles en busca de un mísero mendrugo de pan a todos los miembros de la familia, incluso a los niños apenas destetados, desde la madrugada hasta el ocaso! Tampoco lo ha logrado el consumismo criminal que obliga a prostituirse a niños, niñas y adolescentes para conseguir aquel mísero mendrugo de pan para llevar a casa.  ¿Acaso estas realidades no significan la destrucción de la familia? Viviendas insalubres, hacinadas y promiscuidad, a las que condena a la gran mayoría de la población mundial el desempleo y los salarios de miseria. La desestructuración de la familia se produce por esas y similares causas.
            Pretendiendo negar las realidades anteriores, los jerarcas religiosos y los seglares homofóbicos afirman que la familia y la sociedad quedarían destruidos, no por aquellas realidades milenarias, sino porque cuatro (o cuatrocientos) homosexuales contraigan matrimonio. ¡Eso es gazmoñería pura y dura!
            Y para colmo, ¿Acaso no es evidente que lo que realmente SÍ HA DESTRUIDO A LA FAMILIA Y, POR ENDE A LA SOCIEDAD es el multitudinario y vergonzoso fracaso de los sacrosantos matrimonios heterosexuales que se celebran ante el Registro Civil, luego son santificados por la Iglesia Católica Apostólica y Romana (o por cualquier otra), de inmediato son súper confirmados mediante pantagruélicas y etílicas celebraciones, a continuación por “románticas lunas de miel” y, al cabo de muy pocos años terminan en infidelidades, adulterios, agresiones físicas y verbales entre los ex-románticos esposos y culminan en divorcios, con el consiguiente abandono o destrucción de la vida de centenares de miles o millones de niños? ¡Venga! ¡Dejemos la gazmoñería! Que esos sacrosantos matrimonios heterosexuales, que “no son anti-naturales” y cumplen estrictamente (en su celebración) con las leyes de la “Santa Madre” Iglesia duran tanto o menos que un objeto fabricado en la China.
            ¿Cuál es el promedio de duración de un matrimonio de esa clase en el Ecuador y en el mundo? ¿Cuántos niños y adolescentes viven en familia con sus dos padres biológicos, y no con alguna prótesis ocasional y transitoria de padre o madre? Hace algunos años una chica de colegio cercana a mi familia me soltó de manera insólita y abrupta esta frase, refiriéndose a mi familia: “ustedes son raros, en todos los años que he pasado en mi escuela y colegio ninguno de mis compañeros vivía con su papá y mamá, todos o habían cambiado de mamá o de papa”. Y esta niña había sido alumna, primero de un colegio religioso y luego de uno privado.
            Esos niños abandonados, en los primeros años de la separación son usados como objetos arrojadizos o instrumentos de la discordia, abrumados de regalos inútiles y despojados de la guía disciplinar de los padres para demostrarles que “yo soy bueno, el otro es malo, no puede darte nada y se enoja porque no estudias”. Esos niños abandonados reúnen todas las condiciones y determinaciones para fracasar en la escuela, el colegio, la universidad y obviamente, en la vida. ¿Acaso no es esta la razón de la destrucción de la familia y, por ende, de la sociedad?
            Supuestamente Napoleón decía que “la educación de  un niño empieza veinte años antes de nacer”. ¿Qué calidad de educación y formación intelectual recibirá un niño que desde que tiene uso de razón el espectáculo que con más frecuencia ha presenciado es el de las disputas físicas y verbales entre sus padres? ¿Qué autoridad tendrán estos para guiarle o exigirle determinado comportamiento supuestamente correcto? Sólo serán palabras vacuas en las que su mismo padre o madre no creen y nunca practican. Conozco un caso en el que dos niños en toda su infancia con frecuencia se encerraban en su cuarto llorando a mares porque escuchaban las disputas, insultos y agresiones entre sus padres, tan graves que tenía que intervenir la policía y obligar al padre a abandonar la casa. Su madre buscó en drogas y barbitúricos el consuelo y... ¡ahora viven con ella! ¡porque eso es lo que dispone la ley! Esos dos niños, actualmente adolescentes, son un perfecto monumento a la abulia; sus estudios, su vida y su futuro les importa mucho menos que un bledo. A las puertas de ingresar o no a la universidad, su respuesta a cualquier pregunta, incluida la referente a lo que aspiran realizar en la vida es, invariablemente, encogerse de hombros y decir “me da igual”. ¿Qué educación y formación intelectual darán a sus hijos que, con seguridad engendrarán más pronto que tarde? ¡Por favor! Dejémonos de gazmoñerías, que ESTO SÍ ES DESTRUIR LA FAMILIA Y LA SOCIEDAD.
            El Ecuador ha sufrido en los doce últimos años por el resultado de esos matrimonios “sacrosantos y naturales, bendecidos por Dios y por su Iglesia” de personajes de las más altas esferas. Si el padre de un Presidente era traficante de drogas, y el padre del Vicepresidente violador de niños, ¿qué educación y formación intelectual podían transmitir a sus hijos? Obviamente no era de extrañar que esos dos niños, al alcanzar las máximas magistraturas tenían que destruir la familia y toda la sociedad ecuatoriana, y no tardaron en hacerlo.
            ¿Qué familias y qué sociedad formarán los colegiales y universitarios que desde las diez de la mañana del lunes hasta la madrugada del domingo abarrotan aceras, calles, bares, picanterías y chinganas de las ciudades del Ecuador para (en el mejor de los casos) alcoholizarse? Una buena cantidad de las mujeres quedarán embarazadas, abortarán clandestinamente o traerán al mundo a sus hijos condenados a la miseria desde antes de nacer. Otros contraerán matrimonios heterosexuales civiles y eclesiásticos “como Dios manda” y repetirán el fracaso de sus padres relatado anteriormente.
            ¿Acaso en todo el mundo, supuestamente desde la revolución neolítica, no existen los prostíbulos, a donde acuden (obviamente sin que se entere el cónyuge) los “santos maridos y esposas” insatisfechas o casquivanas a satisfacer sus bajos instintos o sus decepciones y frustraciones? La prostitución es una de las múltiples paradojas del sistema capitalista, que reprime, castiga y encarcela a las personas que ofertan el servicio mientras permanente y demencialmente estimula la demanda, utilizando para ello todos sus medios de comunicación masiva, los instrumentos de distracción y entretenimiento de sus niños y jóvenes e, incluso, ¡su sistema educativo!
            Todo lo relatado y demostrado, ¿tendrá menos poder de destrucción de la familia y de la sociedad que el matrimonio de cuatro (o cuatrocientos) homosexuales? Venga, por favor: ¡DEJÉMONOS DE GAZMOÑERÍA!
LMG/2019-06-17