miércoles, 18 de enero de 2023

¿QUÉ ES LA VIDA?

¿QUÉ ES LA VIDA?

Y, si es así, ¿CÓMO DEBEMOS VIVIRLA?

 

Leonardo Miño Garcés[1]

  1. INTRODUCCIÓN

En esta serie de artículos voy a poner por escrito mis percepciones de la realidad -o sea, mis reacciones subjetivas inmediatas ante los fenómenos de aquella, producidas por mis sentidos, llamadas por ello conocimiento sensorial- y, a continuación, mis análisis objetivos de la misma; para los cuales utilizo varios recursos metodológicos, entre ellos, mis estudios y lecturas de toda la vida, en caso de ser necesario investigaciones puntuales sobre el tema específico y/o consultas a fuentes contrastadas (autores en los que confío porque he verificado su autoridad en el tema).

De manera que mi interés es profundizar desde la percepción sensorial -conocimiento subjetivo- a la esencia de los fenómenos que observo -conocimiento objetivo-. Siempre advertido y convencido de que la realidad es tan compleja que el cerebro humano más entrenado no puede acceder a un conocimiento completo de ella, sino a una parte, fase o estado del sistema complejo que aquella implica.

Lo anterior se explica porque la evolución -hasta el momento- solamente ha entrenado a nuestros sentidos para percibir un estrecho margen de la realidad, tanto en cuanto al espectro de la luz (nuestros ojos solamente pueden ver una parte muy estrecha del mismo), como al sonido, al tacto, al gusto y a los olores. De manera que existen cosas y fenómenos en la realidad que no podemos ver, ni oír, ni oler, ni palpar, ni gustar. Así que incluso el ser humano con los sentidos más entrenados y afinados, está imposibilitado biológicamente para captar la totalidad de la realidad, ni siquiera en su forma externa, en los fenómenos. El cerebro humano solamente puede percibir tres dimensiones: largo, ancho y profundidad y una cuarta, el tiempo, mientras que en el Cosmos existen -al parecer- más de quince. Ya casi todos sabemos que existen, en el ámbito de lo pequeño, las bacterias, los virus, las proteínas, el ARN, el ADN, los átomos y sus componentes; y en el de lo más grande los cúmulos de galaxias, los agujeros negros súper masivos, etc., pero no vemos nada de eso a pesar de que determinan nuestra vida. “…En el mundo hay muchas más cosas de las que vemos…”[2]

“Aparte de la severa limitación de los sentidos, también debemos tener en cuenta que la información que reciben sobrepasa con creces lo que el cerebro puede procesar…”[3]

Y, también ocurre lo contrario: vemos cosas que no son así, por ejemplo, vemos que el sol “aparece” por el este y “desaparece” por el oeste; durante decenas de miles de años los seres humanos estaban convencidos de que eso era real, hasta que Nicolás Copérnico en 1543 demostró que ese movimiento sólo es una APARIENCIA; de manera que lo “evidente” no siempre es real; “las apariencias engañan”.

Y, para agravar las cosas, el conocimiento de la realidad se hace imposible si no somos escépticos y hemos dejado de hacernos preguntas, con lo cual dejamos que otros -con intereses perversos- nos digan lo que es la realidad:

 

“Lo repetimos una y otra vez: estamos viviendo realidades virtuales. Conocemos el mundo a través de la televisión, que muchas veces no lo representa tal como es sino que lo reconstruye (reconstruía con fragmentos de archivo la guerra del Golfo) o incluso lo reconstruye ex novo(Gran Hermano). Lo que vemos, cada vez más son remedos de la realidad...”[4]

 

En los últimos años hemos vivido rodeados y bombardeados de mentiras sobre la Pandemia desencadenada por el virus chino y sobre la guerra en Ucrania. Y, además, debemos saber diferenciar las mentiras de las tonterías: los indígenas, los “izquierdistas” que les respaldan y los gobernantes dicen tonterías. Ahora y siempre los candidatos han dicho mentiras, puesto que la mentira es el “instrumento” de trabajo y la estrategia consustancial de los políticos; y los votantes les creen y construyen tonterías en sus mentes.

Así que -si queremos vivir conscientemente- no nos queda más que PENSAR (es muy útil dejarse ayudar por “Aprender a pensar” de Heidegger), investigar hasta llegar a la esencia de los fenómenos, no quedarse en las apariencias.

Por ello necesitamos la investigación científica para conocer la realidad y, una más profunda aún, para transformarla. Pero, antes que nada, necesitamos que nuestro pensamiento sea escéptico respecto de todo (especialmente de lo que oímos y leemos en los centros educativos, en los medios de comunicación, en las redes sociales y, más que nada, de lo que nos dicen las “autoridades” de todo tipo, especialmente las políticas e ideológicas), para que nos interesemos en buscar lo que hay escondido detrás de los simples fenómenos que percibimos, y no detenernos hasta llegar a la esencia de ellos y re-construir en nuestra mente la red de causalidad que produjo aquellos. Ese es el conocimiento objetivo: cuando en nuestra mente hemos construido una imagen que corresponde exactamente con la de la realidad externa, sin que falte ni sobre un solo componente de aquella.

De manera que los artículos que siguen son el resultado del proceso de pensamiento indicado pero, claro, de MI pensamiento; los lectores (en el caso poco probable que tenga alguno) deberán dudar de todo lo que lean -pero cumpliendo el consejo de Juan Montalvo: no se ponga furioso, no grite, no llore, no insulte al autor, no patee la computadora, COMPRENDA- y construir su propio criterio.

 

  1. LA VIDA

La vida en este planeta empezó hace -aproximadamente- tres mil ochocientos cincuenta millones de años cuando una célula eucariota se dividió y se reprodujo a sí misma, esa fue la vida primigenia. A partir de allí se fueron formando por selección natural los organismos, hasta los actuales organismos complejos, los cuales -también en miles de millones de años- formaron sociedades complejas. Pero en este artículo no voy a tratar de los aspectos biológicos de la vida -aunque me apasionan- sino de los sociales.

            El postulado fundamental que sustenta mi planteamiento es que el azar y la casualidad (no la caUsalidad) determinan el funcionamiento del Cosmos y las vidas de los organismos, no un sentido ni propósito alguno. Esto ha sido demostrado por la investigación de las ciencias físicas, químicas y biológicas, las tres únicas ciencias que, hasta el momento, ha logrado estructurar el cerebro humano.

            En 1953 James Watson y Francis Crick descubrieron la estructura del ADN como una doble hélice “en la que las dos cadenas moleculares giran en direcciones opuestas”[5]formada por 4 bases: adenina, timina, guanina y citosina como escalones de una escalera helicoidal formada por azúcar y fosfato.

            

“...habíamos descubierto el secreto de la vida... Crick estaba en lo cierto. Nuestro descubrimiento puso fin a un debate tan antiguo como la especie humana. ¿Tiene la vida una cierta esencia mágica y mística o es el resultado, como cualquier reacción química realizada en una clase de ciencias, de procesos físicos y químicos normales? ¿Hay algo divino en el fundamento de una célula, que la vivifica? La doble hélice respondió a esa pregunta con un no definitivo...

                        El viaje intelectual que había comenzado con Copérnico, desplazando a los hombres del centro del universo, y continuado con Darwin, que insistía en que los hombres son simplemente monos modificados, al fin había centrado su atención en la esencia misma de la vida... La doble hélice es una estructura elegante, pero su mensaje es absolutamente prosaico: la vida es sencillamente una cuestión de química...”[6]

 

            En efecto y por ejemplo, las proteínas (larga secuencia de aminoácidos) que forman aquellas células eucariotas que dieron lugar a la vida están compuestas por átomos -básicamente cuatro: hidrógeno, nitrógeno, oxígeno y carbono- cuya presencia en el planeta sólo fue posible porque casualmente se estrellaron contra él meteoritos provenientes de estrellas lejanas, que dejaron dichos átomos en la Tierra. Para que esto último ocurra fueron necesarias muchísimas casualidades, por ejemplo, la variación en una milésima de grado en la trayectoria de uno solo de los meteoritos o una mínima variación química en la composición de la atmósfera terrestre habrían imposibilitado que hubiese vida en este planeta.


Y, luego de que se produjera la vida, para que se formasen los seres humanos a partir de aquellas células primigenias fueron necesarias miles de millones de otras casualidades o intervenciones del azar, si una sola de ellas no hubiese ocurrido, no habríamos existido.

            

“Estamos tan acostumbrados a la idea de nuestra propia inevitabilidad como especie dominante de la vida que es difícil comprender que estamos aquí sólo debido a oportunos impactos extraterrestres y otras casualidades aleatorias… Durante casi 4.000 millones de años, nuestros antepasados consiguieron colarse a través de una serie de puertas que se cerraban cada vez que necesitábamos que lo hiciesen. Stephen Jay Gould lo expresó sucintamente con palabras bien conocidas: <Los seres humanos estamos aquí porque nuestra línea concreta nunca se rompió…. ni una sola vez en los miles de millones de sucesos que podrían habernos borrado de la historia>”[1]

 

Lo anterior, la determinación del azar en nuestra existencia como especie, se repite en lo que respecta a cada individuo, puesto que el hecho de que específicamente “ése” espermatozoide (uno solo de 50 millones en cada eyaculación) fertilice “ése” óvulo, justo en el momento preciso en que ocurren múltiples condiciones físicas, químicas, biológicas y sicológicas en “ése” hombre y “ésa” mujer, implica la concurrencia de miles de hechos azarosos.

Y, para colmo, una mínima mutación en uno solo de las decenas de miles de genes del hombre y de la mujer que intervinieron en el proceso de gestación pudo producir un defecto en el nuevo ser, y en quien escribe este artículo, que me habría imposibilitado total y definitivamente que lo haga.

 

“A lo largo de la historia, los seres humanos (como todas las especies, de hecho) hemos estado combatiendo los regalos envenenados de la naturaleza, frente a la opción de aceptarlos sin más. La madre naturaleza nos ha brindado innumerables sufrimientos, que ha distribuido de forma poco equitativa. Así, tratamos de concebir el modo de combatir plagas, curar enfermedades, solucionar la sordera y la ceguera u obtener mejores plantas, animales o vástagos.

            Darwin escribió sobre el <torpe, manirroto, errático, pobre y horriblemente cruel obrar de la naturaleza>. Él descubrió que la evolución no lleva la huella de un diseñador inteligente ni de un dios benévolo. De hecho, hizo una lista detallada de frutos de la evolución que se podrían tildar de defectuosos, incluidas las infecciones del tracto urinario en los machos de los mamíferos, el drenaje deficiente de los senos de los primates o la incapacidad de los seres humanos para sintetizar la vitamina C.

            Estos defectos de diseño son meras excepciones. Son la consecuencia natural del modo en que la evolución avanza, que da un tropezón tras otro y confecciona nuevos contenidos... en lugar de seguir un plan de ordenación con un producto final en mente. La principal guía de la evolución es la aptitud reproductiva, que se basa en qué rasgos sirven para que un organismo se reproduzca más, un proceso que admite, y hasta quizá alienta, todo tipo de plagas, incluidos los coronavirus y los cánceres, que azotan a los organismos una vez que estos han pasado ya su edad óptima para concebir. Todo esto no quiere decir que, por mero respeto a la naturaleza, debamos dejar de investigar formas de combatir los coronavirus y el cáncer...”[2]

 

De manera que, si para que un ser humano exista fue necesaria la concurrencia de decenas de miles o millones de fenómenos casuales o azarosos, la no ocurrencia o fallo de uno solo de ellos habría significado la inexistencia y, si la vida es algo bueno, cada uno de nosotros se sacó el gordo de la lotería cósmica, ¡sin siquiera haber comprado el boleto!

Veamos el problema con más complejidad: un individuo nace en una época -histórica y geológica- un continente o zona climática del planeta, en un país, una región de ese país, una ciudad de esa región, un barrio de esa ciudad y una familia de ese barrio, todos ellos muy específicas y muy singulares. Cualquier pequeña diferencia en cada uno de esos ámbitos implica y determina una inmensa diferencia en todas las características de aquel ser humano.

Pongo un ejemplo: un bebé nacido en el siglo 5 a.C., tuvo una vida completamente diferente a la de otro nacido en el siglo XX d.C.; y, obviamente, ninguno de ellos escogió cuándo nacer. Pero más aún, dos bebés nacidos el mismo día, a la misma hora, en el mismo minuto, pero el uno en los 60 grados de latitud norte, en Suecia, en Estocolmo, en el barrio Hammarby Sjostad, en una familia estable y completa de la burguesía alta, y varón, va a tener una vida absolutamente diferente a otro nacido en los 23 grados de latitud sur, en Brasil (o en Haití, Ecuador, Bangladesh, Sudán, Siria o cualquiera de los centenares de países fallidos existentes en este infortunado planeta), en Río de Janeiro, en una favela, en una familia sub proletaria sólo atendida por la madre, y mujer. El primero va a disfrutar de la protección familiar, alimentación, salud, atención médica, educación, recreación y trabajo tan buenas que le proporcionarán bienes y servicios más abundantes de los que se requiere para una vida digna; mientras que la otrita estará sub alimentada, con pésima salud, ninguna educación ni recreación, vivirá en medio de la violencia familiar y colectiva, recogerá basura o venderá su cuerpo, sufrirá penalidades sin cuento y morirá joven y tuberculosa.

¿Acaso esos bebés escogieron alguna de las características de su nacimiento? ¿Acaso la segunda tiene la culpa y la primera se ganó su lugar de nacimiento? No. Todas las coyunturas que determinaron su vida fueron producto del azar. Pero las vidas de ellos serán absolutamente diferentes. Y, lo que es peor, sus capacidades físicas, cerebrales y aptitudes mentales, serán diferentes. El primero deseará ser inmortal (los faraones egipcios querían ser inmortales porque disfrutaron de la vida, mientras que los constructores de las pirámides querían cada día que una piedra les mate de contado; los multimillonarios de esta época quieren ser inmortales mientras que los desempleados quieren morir hoy en la noche) mientras que la segunda -en sus pocos momentos de lucidez- habrá lamentado haber nacido.

A partir de haberse producido el nacimiento de los seres humanos, en una sociedad esencialmente injusta, depredadora de sus propios miembros, egoísta y perversa, el azar produce los extremos de bienestar o miseria y sus múltiples grados intermedios. Eso del “self made man” es puro cuento, proclamado por algún vanidoso que ignora las casualidades que le tocaron por azar, de las cuales se aprovechó o medró. Bueno, no le voy a restar méritos a un ser humano si superó alguna adversidad; por ejemplo Anton Van Leeuwenhoek, un dependiente de una tienda de paños y luego ujier del ayuntamiento inventó el microscopio y fue el primero en ver bacterias; Michael Faraday, aprendiz de encuadernador, descubrió la inducción electromagnética e inventó el generador y el transformador eléctricos; Joseph Henry, un aprendiz de relojero, inventó el telégrafo (no fue Morse, él solamente lo patentó), descubrió la autoinducción eléctrica, el relé, el motor eléctrico, la meteorología y, en parte, el teléfono; el zapatero William Sturgeon inventó el electroimán, etc. Son unos pocos ejemplos de personas que, en medio del caos y el azar en que les tocó vivir y que los colocó en la pobreza, salieron fortalecidos y mejoraron la vida de la humanidad.[3]

Veamos un ejemplo del azar en la vida diaria:

 

“El caos rige incluso nuestras vidas. Imagina, por ejemplo, que te metes en el coche y, antes de arrancar, te das cuenta de que la solapa de tu chaqueta ha quedado enganchada a la puerta. ¿Qué haces entonces? Abres la puerta, te acomodas la solapa, cierras la puerta y arrancas. Has perdido cinco segundos en ese proceso. Cuando llegues a la primera esquina, aparece un camión que te atropella. Resultado: te quedas parapléjico para el resto de tu vida. Ahora imagina que no se te ha enganchado la solapa de la chaqueta en la puerta. ¿Qué ocurre? Arrancas inmediatamente y llegas a la esquina cinco segundos antes, ¿no? Miras a la derecha, ves el camión que se acerca, esperas a que pase y después prosigues tu viaje. Ésta es la teoría del caos. A causa de la solapa de la chaqueta enganchada en la puerta del coche, has perdido cinco segundos que marcarán la diferencia durante lo que te queda de vida...

Pequeñas causas, grandes efectos… Todo es causa de todo y provoca consecuencias que se vuelven causas de otras consecuencias, en un eterno efecto dominó en que todo está determinado pero permanece indeterminable...”[4]

Otra gran enseñanza que debemos extraer del episodio descrito es que todo acto tiene múltiples consecuencias, en el individuo y en la sociedad, así como toda inacción también tiene múltiples consecuencias. Ser consciente de ello, asumir las consecuencias de los propios actos y, también, de la abulia propia, es lo que se define como RESPONSABILIDAD.

La complejidad de la realidad -que desborda la capacidad del cerebro humano para comprenderla y actuar sobre ella- en la que el azar es permanente, ha llevado -en mi criterio- a que el ser humano al verse muy vulnerable en su vida diaria y siempre en peligro su supervivencia, desde su etapa de cazador-recolector haya ejercido el egoísmo como arma de supervivencia; el cual, de comportamiento consciente, con el paso de las generaciones fue inscribiéndose en los genes -el gen egoísta- y convirtiéndose así en inconsciente y reflejo, dejando casi en desuso el gen altruista que le sirvió para sobrevivir en su etapa de vida en la comunidad primitiva, el cual lo utiliza casi solamente en momentos en los que no esté en juego su supervivencia. De manera que el gen que le permitió sobrevivir dignamente durante millones de años, ahora le permite sobrevivir vergonzosamente a costa de sus semejantes, de la vida de plantas y animales y de la extinción de las condiciones de su propia existencia.

En diez mil años desde la Revolución Neolítica al pasar a la etapa de agricultor y pastor y luego a la sociedad de mercado, el gen egoísta domina completamente la conducta humana, ahora incluso cuando no está en juego su supervivencia sino para acumular cosas y riqueza de manera desaforada. Toda planta, animal y semejante es susceptible de depredación e incluso muerte y devastación total para provecho del ser más egoísta.

            En estos últimos meses me han impactado varios acontecimientos que no son novedosos porque han atormentado a los seres humanos desde las primeras tribus, a pesar de ser tan absurdos; por ello me indigna que no hayan sido enfrentados con entereza y sigan produciendo tanto sufrimiento. Aunque los sufrimientos son los compañeros fieles e inseparables de los seres conscientes, algunos pueden ser evitados, entonces, ¿por qué no se lo hace? Primero porque no se entiende la complejidad de la vida, y segundo porque el sufrimiento de la mayoría es necesario para el hartazgo de la minoría: “no hay fortuna sin expolio”.

Eso explica que en toda la historia haya existido un solo Jesús.

En síntesis, tres factores explican la tragedia de la sociedad humana y del planeta: la complejidad de la realidad -inabarcable para el cerebro humano-, el azar y el caos como una suerte de algoritmo de selección de acontecimientos y, lo que es perverso, el egoísmo de unos seres humanos con otros, o sea, el sufrimiento de la mayoría -de los más humildes y de los más inocentes- provocado por la estupidez de la minoría.

Una vez identificados los tres factores que explican la tragedia, ahora toca resolver ese problema. Al primer factor, la complejidad de la realidad no podemos simplificarla, pero sí podemos ampliar la capacidad de comprensión del cerebro humano, claro que no físicamente sino mediante su uso intensivo desde la infancia y su entrenamiento mediante la educación (desde nueve meses antes de nacer); la ampliación y profundización de la cultura, el escepticismo, la formulación incesante de preguntas y la búsqueda de respuestas (no dando mucho valor a lo que diga la ”autoridad”, sea profesor, Papa, cura, periodista, gobernante, vecino o aplastador de teclas por las redes sociales); en suma, practicar la investigación científica.

Al segundo factor, el azar, no podemos modificarlo ni controlarlo.

Pero los más inteligentes saben sacar partido de la casualidad y hacerse más útiles y más grandes con ella. Por ejemplo, múltiples casualidades contribuyeron a edificar la genialidad de Alexander Fleming: séptimo de ocho hermanos de una humilde familia campesina, caminaba catorce kilómetros cada día para ir a la escuela, caminata y escuela que aprovechó para asombrarse con el mundo y tratar de entenderlo; empleado en un trabajo contable que le aburría, por casualidad recibió una herencia y se puso a estudiar medicina; en su niñez le gustaba cazar y, por casualidad, el Departamento de Inoculación del hospital en el que estudiaba tenía un club de tiro, así que tuvo que entrar a trabajar en el laboratorio para ser miembro del club de tiro de fusil; le dio una gripe y, por casualidad, estornudó sobre el cultivo que estaba estudiando de sus bacterias de la gripe y descubrió que la secreción que expulsó en el estornudo mataba las bacterias, con lo que siguió investigando y descubrió que los mocos, la saliva, las lágrimas y otros fluidos corporales matan a los microbios; que esos fluidos tienen una enzima, la lisozima, que mata las bacterias. Pero siguieron las casualidades: el último día del verano de 1928 al salir de vacaciones olvidó en su mesa unas placas de Petri con colonias de bacterias. Cuando regresó de sus vacaciones encontró que las placas estaban contaminadas por un moho que había matado a todas las bacterias, estudió el moho y descubrió que pertenecía al género penicillium, y así, por casualidad, encontró lo que llevaba tantos años buscando: un antibiótico natural que no atacaba a los leucocitos: la penicilina, capaz de acabar con los microbios que provocan la neumonía, la meningitis, la amigdalitis, la escarlatina, la difteria, etc. “El medicamento que más vidas ha salvado en la historia de la humanidad”. El mismo Alexander Fleming dijo que su vida había estado marcada por la casualidad. “Sin embargo, para que una coincidencia llegue a convertirse en un gran descubrimiento hacen falta tesón, imaginación, curiosidad y la preparación de una mente científica”.[5]

El tercer factor, el egoísmo y la estupidez, parece que va a desaparecer junto con la especie.

Así que debemos asumir la tarea, responsabilizarnos de poner todas las condiciones para anticipar y resolver el máximo número de situaciones azarosas y caóticas que se produzcan en la vida diaria, aunque está claro que no podremos identificar ni prevenir todas. Y, claro, ser cristianos, a ver si dos mil veinte y tres años después de la muerte de Jesús aparece el primer cristiano, hace bastante rato que ya era hora.

            De manera que, puesto que no nacimos con ningún propósito pre-establecido o pre-destinado[6], pues ese propósito lo tenemos que formular nosotros mismos una vez alcanzada la madurez intelectual; o sea un objetivo general de vida, que se vaya cumpliendo mediante objetivos particulares por época: educativa, profesional, de retiro; incluyendo lo referente a la conformación de una familia. Cada objetivo particular debe tener sus propios objetivos específicos por año (en lugar de los cursis objetivos o propósitos que se formulan al calor de abrazos, comidas y brindis de fin de cada año). Y cada objetivo específico debe tener sus actividades mensuales, semanales o diarias. O sea que hay que PLANIFICAR la vida, no dejarla al desgaire, ni al azar, ni despertarse cada día como si todos fuesen iguales, “a ver qué pasa”.

            Mi entrañable amigo, el Arquitecto y artista Carlos Veloz von Reckow, compañero de banca y luego colega profesor de la Facultad de Arquitectura[7], me reñía porque mis planificaciones eran “demasiado matemáticas” y no dejaban lugar a la creatividad. No, no me gustan las sorpresas, y menos las que pueden causar disgustos y tragedias.

            Rosalind Franklin, científica británica que, mediante la difracción de rayos X[8]logró captar la fotografía del ADN (la famosa Fotografía 51) y calcular matemáticamente su estructura -con base en cuyos estudios James Watson y Francis Crick descubrieron aquella-, a sus veinte años “en una carta dirigida a su padre, con quien, como buena e inteligente hija, discrepaba en varias cuestiones” le decía:

 

La ciencia y la vida ni pueden ni deben estar separadas. Para mí la ciencia da una explicación parcial de la vida. Tal como es se basa en los hechos, la experiencia y los experimentos... Estoy de acuerdo en que la fe es fundamental para tener éxito en la vida, pero no acepto tu definición de fe, la creencia de que hay vida tras la muerte. En mi opinión, lo único que necesita la fe es el convencimiento de que esforzándonos  en hacer lo mejor que podemos nos acercaremos al éxito, y que el éxito de nuestros propósitos, la mejora de la humanidad de hoy y del futuro, merece la pena de conseguirse.[9]

 

            ¡IMPRESIONANTE! Esta niña debió ser uno de los seres más inteligentes de la especie y, claro, los mejores se mueren antes. Cada palabra de ese corto párrafo contiene una enseñanza. Vamos a ver.

            Primero, no hay otra oportunidad. No hay vida después de la muerte.

            Una vez que las neurociencias han demostrado que la transformación de estímulos exteriores desde los órganos de los sentidos hasta la formación de sensaciones e imágenes en el cerebro; la elaboración de pensamientos, su almacenamiento e interrelación para la formación de pensamientos complejos e ideas abstractas; el mal llamado libre albedrío (que, al parecer, no existe, puesto que las decisiones y su ejecución se producen unas fracciones de segundo antes de que las tomemos conscientemente, o sea que el cerebro reacciona antes como consecuencia de los genes heredados y de la experiencia adquirida por cada uno) y la conducta, se producen en el cerebro por la interrelación de millones de neuronas y sus axones mediante procesos químicos y electrónicos, todo pre-programado y comandado por el ADN; entonces no queda base objetiva para el alma. El llamado espíritu es un componente del proceso mental, que se produce en el cerebro, un órgano material. Muerto el cerebro se acaba todo, los órganos se descomponen en sus componentes moleculares, estos en sus átomos y estos van a formar otros organismos u objetos inanimados. 

            Así que, si no hay otra oportunidad, debemos aprovechar todas las que se presenten. Cada día pasa un tren lleno de oportunidades, si lo dejamos pasar lo perdemos de manera definitiva. Mañana pasará otro, pero será diferente. Así que el pecado más grave es la abulia. No se ha demostrado la existencia de otra vida después de esta, pero tampoco se ha demostrado que no la haya, aunque las evidencias científicas están con esta opción. En caso de haberla, yo paso. No se me dio la oportunidad de aceptar o no esta, y la mínima decencia obliga a que se me pregunte si quiero o no la otra. Pues no. Yo paso. Se la cedo a las decenas de miles de millones de semejantes que la pasaron fatal en la vida terrena.

            Segunda enseñanza de Rosalind Franklin: “El éxito en la vida es trabajar en la mejora de la humanidad de hoy y del futuro”. No en acumular dinero ni pendejadas, no en tener una mansión enorme con piscina y baño turco en la Costa Azul ni en Tumbaco ni en ninguna parte; no en tener el coche más caro, no en ser alabado y recibir honores de los demás, no en aparecer en la televisión, no en tener millones de seguidores en las redes sociales, todo eso es pura basura, y la más repugnante, porque generalmente los canallas la logran a costa del sufrimiento de los demás.

            Así que hay que tomar la vida en las manos y manejarla conscientemente. Tenemos una guía o un marco estructural: la que nos sugiere Jesús; olvidémonos de “sus” palabras, que nunca sabremos si realmente las pronunció, es su vida lo que importa y debe ser -en mi muy particular criterio- la referencia de la nuestra. Enmarcada en su ejemplo de vida, planificar la nuestra.

No sabemos por dónde y con qué intensidad nos vendrán los golpes pero, primero, conociendo la esencia de la realidad podremos anticipar los golpes del azar y, segundo, debemos prepararnos, educarnos, entrenarnos y vivir concentrados como arqueros de fútbol con defensas turulatos, para asimilar los golpes, recuperarnos de ellos y, más bien, salir fortalecidos.

Eso nosotros, que ya estamos metidos en el embrollo, pero ¿Y los que vendrán? Si ya sabemos de sobra que la vida es así de complicada e, incluso, una espantosa tragedia, tanto que -al parecer- Jorge Luis Borges definió la vida como “una maldita cosa después de otra...” y yo completé: “...y más pequeña que la siguiente”. Si ya sabemos de sobra que es así, y jamás nadie ha sido capaz de salir airoso dignamente sin hacer daño a los demás (aunque muchos se han engañado solitos creyéndose unos “tipazos”), entonces es de responsabilidad elemental y sería criminal no pensar en salvaguardar la vida de los inocentes y más que vulnerables niñitos que vendrán. Este tema es el siguiente que paso a tratar.-

 

LMG: este artículo empezó a fraguarse en 1948, hasta aquí lo terminé el 17 de enero del 2023, pero seguiré trabajando en él.

 



[1]UNA BREVE HISTORIA DE CASI TODO. Bill Bryson. Págs. 417-418.

[2]EL CÓDIGO DE LA VIDA. Jennifer Doudna, la edición genética y el futuro de la raza humana. Walter Isaacson. Editorial DEBATE. Págs. 794-796 iPad.

[3]MOMENTOS ESTELARES DE LA CIENCIA, Isaac Asimov, Págs. 34-65.

[4]José Rodrigues dos Santos. “La fórmula de Dios.” Roca Editorial, 2013. iBooks. Págs. 609-610.

[5]HÉROES DE LA CIENCIA. María José Sánchez y Victoria Simó. Ediciones Siruela. Págs. 185-195. (Este libro me lo prestó mi nietecita de once años; ya está contribuyendo a mi formación).

[6]Los jesuitas del Colegio nos decían: “cuando les creó, Dios tuvo un proyecto para cada uno”. Puro cuento. El neurólogo Victor Frankl en su libro EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO, en mi criterio, tampoco pudo demostrar la existencia de ese “sentido”.

[7]Infortunadamente, falleció en octubre del 2012 durante una sesión de quimioterapia.

[8]Tal vez por su arduo trabajo con rayos X contrajo cáncer de ovario y murió en 1958 a los 37 años de edad. No se reconoció su trabajo al concederse el Premio Nobel de Fisiología o Medicina a Watson, Crick y Wilkinson en 1962.


[1]Arquitecto, Magíster en Historia, PhD en Urbanismo Ecológico. http://leonardominogarces.blogspot.com/

[2]COSMOS. Carl Sagan. Pág. 92.

[3]EL SENTIDO DE LA EXISTENCIA HUMANA. Edward O. Wilson. Pág.138

[4]DE LA ESTUPIDEZ A LA LOCURA. Crónicas para el futuro que nos espera. Umberto Eco. Pág. 133 en iPad.

[5]ADN. El secreto de la vida. James D. Watson. Editorial Taurus. Ipad. Pág. 12.

[6]Watson. Op.Cit. Págs. 13-14.